18 de febr. 2021

Las horas muertas en Campoamor

En la hora muerta entre dos clases. Salgo a pasear por el Barrio de Campoamor. Por la mañana hubo mercadillo, algo más triste que antaño, y ahora las brigadas de limpieza barren suavemente. También cae suave la tarde. Cuentan que en Barcelona arden barricadas y aquí, en el Barrio de Campoamor, se escuchan las garzas y las cotorras, revoloteando para hacerse un lugar en las ramas.

Nunca he visto tantas plantas del dinero como en ese barrio pobre. Algunas de esas plantas han crecido tanto que descienden, solemnemente majestuosas, des del balcón del primer piso hasta acariciarte la cabeza, como una bendición verde y fresca. Me pregunto, con un mohín malicioso, si también hay tantas plantas del dinero en Pedralbes. O en Galapagar. Quizás no hace falta invocar lo que se tiene en abundancia, aunque allí quizás viven atormentados por el miedo a perderlo todo, un todo que es mucho.

Hace poco descubrí la calle Diego de Almagro, que más que calle es una avenida amplia y soleada pero como abandonada a medio construir, y que discurre entre meandros de nada y de ensueño. Algún urbanista tuvo un plan, un programa, un proyecto de negocio que se esfumó y así se quedó Diego de Almagro, avenida polvorienta sin terminar entre solares. 

Es enmedio de esa calle dedicada al desafortunado Diego de Almagro en donde descubro el Bar Entre Pinares y me siento a contemplarlo. La terraza parece haber sufrido un vendaval, una guerra, un desastre de naturaleza incierta. No hay nadie sentado en ella, pero ese sol de la tarde de febrero le añade todo lo que el hombre le niega. Hay silencio, paz. Un leve murmullo. Una radio suena en alguno de los pisos con las ventanas abiertas. Si la memoria no me falla, eso se llamaba Maíta vende cá. Siento vértigo por todo: el paso de los años, las tardes soleadas de febrero, las canciones de antes, el aspecto asolado de la terraza. ¿Dónde andarán los pinos de ese entre pinares que nombra el rótulo del bar? ¿Qué pinares recuerda quién le puso el nombre?

En esas circunstancias el tiempo pasa muy veloz, así que me doy cuenta de que mi hora muerta ya se pasó y debo apresurarme hacia la clase siguiente. Me deslizo raudo y otra vez bajo las hojas de verde rabioso de la planta del dinero, que de nuevo me acarician la cabeza, con una leve ondulación elegante, como de ola que muere en la arena de una playa lejana.

Más tarde descubro que a la misma hora, en efecto, en Barcelona se insultaban y se prendían fuego, los unos deseaban la muerte de los otros en nombre de la libertad, de la dignidad y de otras grandiosas palabras. Dios mío, me susurro, creo no nacimos para eso.

5 comentaris:

  1. He sido feliz en Barcelona. Llegué a ella cuando tenía 16 años, en ella llevo ya la mayor parte de mi vida y la amo, si es que se puede amar a una ciudad. No la amo en exclusiva, que también hay otras ciudades a las que amo, pero a Barcelona es a la que más.

    Por eso me duele en el alma lo que está pasando, lo que están haciendo con mi amada ciudad en nombre de no se qué principios inculcados a los tontos por los listos y vivales, como siempre pasa.

    Les podéis ver quemando motos y rompiendo escaparates por Gracia y otros barrios populares pero no les veréis quemar contenedores por Pedralbes ni por la Bonanova, no.

    ResponElimina
    Respostes
    1. Feliz, lo que se llama feliz, creo que no lo he sido en ninguna parte. A veces me he aproximado a ese estado. Barcelona es uno de los lugares en los que eso sucedió. Sin embargo, tras tantos años fuera de ella me siento apátrida por completo y eso no me disgusta. La Barcelona de ahora no me gusta nada, aunque haya tantos sentimientos y emociones pegados a ella.

      Elimina
    2. Bueno, esto de la felicidad es algo de lo que no solemos ser conscientes en tiempo presente. Es más tarde, cuando mirando hacia el pasado nos dimos cuenta de que en algunos momentos fuimos felices. Supongo que la memoria selectiva también tiene algo que ver en eso, porque muchas veces recordamos lo positivo pero no lo negativo (aunque también puede ocurrir lo contrario: que recuerdes solamente lo negativo).

      Pero para alguien que había pasado casi toda su infancia y parte de su adolescencia en un pueblo de la España profunda, Barcelona fue como renacer en un mundo lleno de maravillas. Y visto desde el momento actual me sigue pareciendo la ciudad más avanzada, luminosa y progresista (también a nivel cultural) de aquella España de Franco (y conocía Madrid, así que podía comparar). Supe inmediatamente que tenía que vivir el resto de mi vida en esta ciudad.

      Desgraciadamente, la turistificación por un lado y la expulsión de toda muestra representativa de cultura castellanohablante (a nivel editorial, teatral, etc) está acabando con aquella Barcelona que me enamoró. Ya no es avanzada, ni luminosa, ni progresista. Es, cada vez más, un lugar triste y aburrido asaltado de vez en cuando por bandas de vándalos.

      Elimina
  2. Como charnego internacional me siento como tu, apátrida.
    Sucede que Barcelona tiene historia, y cada piedra, cada detalle, cada esquina te habla de ella si sabes leerla. Eso quizá la hace diferente. Pero creo me pasaría lo mismo si viviera en la antigua Baetulo, a pocos pasos de Barcino, ya sabes.

    Decirte que es este el tipo de narración que bordas. Sencillo, amable e incluso inocente, sin maldad ninguna, y en donde describes una situación que te hace ser protagonista.
    Sobre si hay plantas de dinero en Galapagar o Pedralbes, lo dudo, pero puedo asegurarte que si hay dinero que nacen de ciertas plantas.
    Esto de los incendios callejeros es sólo el principio. Los muchachos antisistema están respaldados desde dentro del sistema, ¡qué paradoja¡, y esto no parará hasta que no haya algún martir por la causa.
    salut

    ResponElimina
  3. Estoy con Miquel. Estas narraciones las bordas, Lluís (también las otras).

    ResponElimina