9 de gen. 2020
Katalonia, una novela negra y catalana
Me es imposible revelar más datos: digamos que alguien, en algún lado que debe ser Cataluña, ha escrito algo. Es decir: solo puedo reseñar lo algo que ha escrito alguien. Nada más que eso me es permitido.
Mi currículum como escritor, por breve que sea, posibilita que alguien me considere un escritor, cosa que no la soy (escritor solo lo es quien vive de la literatura, y en España no son más de 5). Bueno, se trata de un error de apreciación, pero sucede a veces. Y cuando sucede, alguien me manda un ejemplar de su opera prima o, como en este caso, un original. Así pues, recibí "Katalonia" en mi correo electrónico.
"Katalonia" es una buena novela breve (la brevedad ahonda en su bondad, sobra decirlo), un texto algo onírico, distópico y gamberro, pero escrito con el nervio vibrante de un Philip K. Dick inesperado en esta región triste y ensimismada en la que resido. Solo por eso se debe celebrar.
La historia cuenta unos sucesos que parten de una apariencia trivial, banal incluso, casi de corte costumbrista: el autor parece conocer el lánguido género negro catalán. La narración explica los quebraderos de cabeza de Amleto Frías, un trabajador precario que acaba de divorciarse, vive en el cuchitril de un suburbio barcelonés (diríase que Bellvitge) con su hija de 12 años y, la tarde en que le encuentran el narrador y el lector, ha perdido a su hija. Amleto recorre desesperado los lugares, las comisarías, los teléfonos de ayuda, los bajos fondos. La novela es un recorrido alucinado, onírico e incluso lisérgico por una Cataluña que enseguida se nos presenta como levemente futura, segregada de España aunque solo a medias, parcialmente, un territorio roto en mil pedazos y sumido en un conflicto bélico que establece concomitancias evidentes con las guerras balcánicas. Hay unionistas, confederados, chetniks y ustachis, milicianos que no saben para quien combaten, todos mezclados sin pudor alguno.
En el decorado del dramático discurrir de Amleto tras las pistas evanescentes de la niña está un país destruído, en llamas, dominado por pequeños señores de la guerra cuyos apellidos coinciden con los apellidos de las grandes familias catalanas y de los diputados amigos de Puigdemont, quien reparte territorios desde un lugar indeterminado pero cercano a Nóvgorod: el Condado de Trías de Bes, el Marquesado de Comín, el Principado de Borràs. Aunque Amleto no se detiene en ello ni parece darse cuenta, ni tan solo muestra ninguna conciencia nacional o de clase. Amleto es tan solo un hombre solo y desesperado, frágil, desprovisto de todo, casi analfabeto. En algunos instantes, mientras Amleto reposa en hogares arrasados o en camas de mujeres que solo piden un bote de champú "Tiernos recuerdos" de la marca Hacendado a cambio de favores sexuales, se permite recordar sus tiempos en la escuela en donde le inmersionaron en la lengua catalana (una habilidad que por fin le sirve de algo, ya que gracias a ella puede sortear los controles de las milicias patrióticas en Igualada), o los tiempos en los que se dormía mirando dibujos animados de Tv3, un canal que ya solo emite música patriótica y solo para algunas comarcas pirenaicas del este y de la Gerona del Noroeste. (Dato curioso: el Valle de Arán se ha incorporado a la provincia española de Aragón por obra de un referéndum).
Las desgracias de Amleto le permiten al lector transitar por una Cataluña exsangüe, con algunos feudos inmunes (ahí está la esplendorosa villa de Sant Cugat, defendida por mercenarios de Texas regresados de Irak, o la bella Subur, tomada por soldados chinos sufragados a medias por el alcalde de Sitges y por el gobierno de la República Catalana de Riells del Montseny (?)) y por horribles campos de concentración en las planicies leridanas, en donde se hacinan los catalanes que no obtuvieron el certificado de haber votado por la secesión catalana en la consulta pactada de octubre del 2024. Y luego aparecen otros escenarios pavorosos, cárceles monstruosas en Balaguer o campos de trabajo al aire libre en la Plana de Vic con el logotipo de Bonärea, en donde los reos cuidan de millones de cerdos destinados al jamón para Corea y otros países que no se nombran. El viaje de Amleto es un salto al vacío, una jornada apocalíptica y salvaje, una auténtica gozada.
El protagonista parece un tipo ausente, sin alma, impelido por su obsesión comprensible, desnortado, errático. Hay algo kafkiano pero de un Kafka nuevo, víctima del relativismo de la postmodernidad y de los nacionalismos populistas de las primeras décadas del XXI. Merecen una mención especial los últimos capítulos del texto, soberbios, vigorosos y lisérgicos, en donde Amleto reencuentra a lo que podría ser su hija y pretende volver con ella hacia su imposible Bellvitge, huyendo del señor feudal de Vilobí d'Onyar, que la prostituía para los milicianos manresanos y mutantes en la frontera del Ebro (a punto se ser asaltado por unas tropas procedentes de otra dimensión).
Sin ánimo de revelar el final (eso que los mileniales llaman "hacer espoiler"), debo contar que la novela es extraordinaria, fascinante, hipnótica, a medio camino entre el género negro más puro y la ficción futurista deprimente más excelsa. Me inquieta preguntarme porque diablos no le publican esta novela los editores de España, incluyendo los catalanes. Si la publican, tómense dos buenas dosis de antidepresivos antes de leerla. El que avisa no es traidor. (Puede que sea botifler, pero traidor jamás).
Sabes lluís, será solo una sensación pero parece como si en lo más hondo de vuestro subconsciente quisierais que ocurriese algo así. Seguramente acabo de decir una burrada, pero cuidado con las obsesiones.
ResponEliminaSalut.
Lo pensaré. De todos modos, no creo que ni en el subconsciente desee algo así. Conozco las teorías psicoanalíticas sobre la relación entre el miedo y el deseo (hay un cuento fabuloso al respecto, que fue analizado por Freud: "El hombre de la arena", de ETA Hoffmann). Mi trabajo diario y nada fácil consiste en mejorar la convivencia, la empatía, la buena relación entre diversos. Así que, conscientemente, seguro que deseo lo opuesto a lo que se relata en Katalonia. Debería añadir que soy de talante más bien cobarde ante la violencia física. ¿Eso puede generar una ensoñación invertida, como en un espejo? Me lo preguntaré. Seguro que algo aprendo.
EliminaGracias por la recomendación, conozco el autor ETA Hoffmann, pero casi no e leído nada de éste.
EliminaSalut.
*Lluís
ResponEliminaLa leche ¡¡¡, en el abanico de posibilidades, el autor de "Katalonia" ha perfilado el trabajo como si de un matricero se tratara.
ResponEliminaVamos a ver que nos depara el destino, pero si de algo estoy seguro es de que no me dedicaré a estudiar "Derecho", te aseguro que entre unos y otros y todos con la "ley y el libro" en la mano me llevan "como cagallón por sequia", o sease, dando tumbos.
Un abrazote a lo Goliat ¡¡
Me ha encantado la expresión "Como cagallón por sequia". Me la apunto. Ya me dirás de donde diablos la has sacado.
EliminaDe las barracas cuando íbamos a cagar al lado de las vías del funicular del tramo superior.
EliminaSupongo que lo diría alguno de aquellos desheredados del sistema y a los críos se nos pegó por lo sonoro, rotundo y gráfico de la frase.
Salut
Ya estoy loco por leerla. Si no hay editores con la suficiente valentía podrías hablarle al autor de la posibilidad de autoedición en formato electrónico y su venta a través de la tienda de Amazon. Yo tampoco creo que lleguemos a esa situación pero una elucubración así es buena prueba de la situación en la que muchos nos encontramos (a nivel psicológico)
ResponEliminaSupongo que la mayoría de los que escribimos y queremos dar a conocer los textos terminaremos en este modelo.
EliminaPuede parecer que el argumento es una astracanada, pero las guerras balcánicas empezaron por motivos similares a los que tenemos en nuestra dulce Cataluña.
ResponEliminaY con la calidad de los políticos que tenemos en los dos lados, que lleguemos a una situación así no me parece un imposible.
Lo único bueno, seria ver a los "señorones" de Sant Cugat, tan "indepes" ellos, contratando mercenarios para salvaguardar sus vidas y sus haciendas de las masas famélicas.
Sí, creo que la cantidad de políticos incendiarios que tenemos son un peligro real. Creo que la mayoría de los "normales" somos bastante más pacíficos que ellos, pero la paradoja es la siguiente: si finalmente le prenden fuego a la realidad, ellos se quedarán en sus cuarteles dirigiendo las operaciones (o comentándolas desde sus casas) mientras nosotros deberemos pringar.
EliminaLa idea de una distopía nacional-catalana mola. Además las ideas están a disposición de cualquiera. No hay más que leer el diario cada día.
ResponEliminaTambién es interesante el apunte de Joan Foscaterra, cuando nos advierte de que los unionistas quizás estamos deseando todos los males posibles desde el nacionalismo. Y es que los unionistas vamos a ser el espejo victimista de los nacionalistas, estamos hechos el uno para el otro y no podemos vivir sin la sensación del agravio.
A tener en cuenta
Estoy de acuerdo con el comentario de Javi. Creo que los separatistas no pueden vivir sin los unionistas, su felicidad depende de saberse perseguidos, reprimidos y odiados, pero dudo que los unionistas necesitemos saber que tenemos enfrente al enemigo. Preferiríamos vivir en concordia y dedicándonos a otros menesteres, como luchar contra el cambio climático, sustituir la producción de cerdos por cultivos ecológicos y las centrales nucleares por algo menos peligroso. La novela comentada es delirante, pero difícil de publicar en el contexto de mayorías actual. El nacionalismo en el poder es como el islam, se imbrica en todos los aspectos de la sociedad, no tolera la crítica y marca unos límites tan estrictos a la cultura que acaba por anularla. ¿Alguien se imagina un desnudo en el Louvre de Abu Dabi o en el nuevo y fabuloso Museo Nacional de Qatar? Las mujeres nunca fueron desnudas en África, aunque sigan yendo en algunos lugares. Los catalanes siempre han sido reprimidos por los españoles, desde que construían megalitos hace 15.000 años.
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