Recuerdo las fechas. 6 y 7 de septiembre de 2017. Tardaré en olvidarlas, y quizás solo un alzheimer futuro lo conseguirá. Recuerdo las intervenciones de la presidenta del parlamento catalán, la señora Forcadell, con su arrogancia, negando los derechos democráticos de una oposición atónita que apenas podía responder. Lo recuerdo porque el 6 de septiembre de 2017 yo andaba camino de un pueblo del interior catalán, en donde acudía a dar una charla sobre literatura de género. El camino es largo, y puse la radio. La cadena Ser, para ser concretos.
Mientras me adentraba en las tierras interiores el sol declinaba. Ese sol de septiembre que se cae despacio, amarillo y caliente todavía, despacio como a cámara lenta en una película de Sokurov o de Tarkovsky. A medida que uno se adentra en la Cataluña interior el paisaje se entristece, se seca. Los árboles devienen arbolitos, y la gran llanura depresiva aparece como un paisaje enfermo. La carretera es larga, demorada, sinuosa. Uno toma conciencia de que circula por lo que fue, millones de años atrás, el fondo de un mar poblado por especies abisales, la oscuridad.
A ambos lados se suceden viejas casas y casuchas arruinadas, escenarios de antiguas miserias, masías que albergaron penas y tradicionalismo, el horror de una Cataluña lúgubre, el horror. De esas masías sólo permanece en pie la fachada y algún que otro muro, y todas están sin techo, como por obra de una maldición compartida y eficaz. Las higueras crecen tras las fachadas y desprenden ese olor intenso de los higos en septiembre, un aroma a putrefacción dulce que atrae a los insectos. Mientras avanzaba por esa carretera serpenteante, la radio transmitía hechos horribles, la crónica en directo de una sesión parlamentaria vergonzosa, un insulto a la democracia, un desprecio abyecto por la convivencia, un deje supremacista y tribal que muchos creíamos hundido en la negrura de los tiempos pretéritos. Recuerdo la voz de la señora Forcadell, altiva, impostada, una octava más alta de su tono normal. Recordé que fue maestra de primaria, muchos años atrás. Me sentí como un niño alumno suyo, asustado, sentado en un pupitre de la clase, de la mitad para atrás. Me sentí pequeño y asustado. Todo lo que yo pretendía saber sobre democracias parlamentarias estaba saltando por los aires mediante el conjuro de esa voz que sonaba una octava más alta de lo esperado.
Alguien quemaba rastrojos en el margen izquierdo de la carretera. Las llamas eran casi invisibles bajo el sol anaranjado de la tarde, apenas unas pinceladas intermitentes, pálido fuego. El humo, blanco con volutas gris de Payne, cruzaba la carretera y simulaba una muralla leve pero desagradable que olía a perro muerto: quizás no sólo quemaban rastrojos en aquella hoguera. Olía a barbacoa para ogros. Llegué ensombrecido y triste. Di la charla. No fue mal, ni tampoco bien. La biblioteca pública que me invitó me dijo que no tenían presupuesto para charlas, pero que podía presentarles los tiqués de la gasolina y la autopista. No se los mandé nunca. Me conformé con una botellita, pequeña pero elegante, de aceite local, que me ofrecieron cuando me fui. Cultura catalana.
Por la noche, de vuelta, apresurado por regresar a mi casa, un jabalí imprudente, jabalí hembra casi seguro, cruzó la carretera como azorado, en dirección al oeste, hacia el Aragón. Frené, aunque le golpeé tangencialmente con el parachoques en las ancas. El animal siguió su ruta, más indiferente que aturdido, convencido de su ruta hacia poniente, como huyendo de Cataluña.
Por la tv pasan (o pasaban) el anuncio de una pomada para las hemorroides cuyo texto hablaba de "sufrir en silencio". Lo recordé al día siguiente, cuando relataba mi viaje al interior y me detenía en el incidente del pobre jabalí hembra. Aquel día sufrí en silencio, como en otras ocasiones de la vida.
Si que le tienes manía a la Cataluña interior, claro, los urbanitas metropolitanos sois muy "guays", aristócratas,intelectuales y todos extremadamente amables. Por cierto, ese tipo de descripciones a los paletos déjaselas a Lovecraft. Lo siento, pero para mi tenia más arte en eso.
ResponEliminaSalud
Gracias por mencionar a Lovecraft, Joan. Lovecraft está en el texto, por supuesto.
EliminaNo hay de que, se nota a años luz que ese estilo es de Lovecraft.
EliminaEl concepto de "hombres torcidos", concepto que me hizo ver un amigo (la típica persona enfuruñada,cascarrabias, malcarada, que se molesta por todo y cuando se enfada no se le entiende porque balbucea)De estos, evidentemente hay muchos en la Cataluña interior, que salen del huerto con la azada al hombro.
EliminaPero de igual manera de estos también hay muchos en la metrópolis, la diferencia es que estos últimos no acostumbran a salir del huerto ni llevan una azada al hombro.
Salud
Pero podemos sacar algo en positivo, LLUIS. Al menos las bibliotecas públicas funcionan. Parcas de presupuesto y de personal, me consta, se desviven por atender al ciudadano. Creo que vivir entre libros tiene mucho que ver, y fue todo un detalle que te invitaran a dar una conferencia, eso quiere decir que por lo menos conocen algo de tus escritos y que aprecian tu calidad de escritor.
ResponEliminaUn abrazo
Salut