Cuando le conocí, el poeta patriota cuyo nombre aparece en La Ilíada era muy joven. Delgado, casi escuálido, con unos grandes ojos negros que escrutan a los demás por debajo de unos mechones azabaches, relucientes de charol, por encima de una boca clausurada en un mohín ligero, imperceptible, una sonrisa leve a mitad de camino entre la sonrisa ingenua del niño y la maléfica del cínico provecto. El poeta muy joven observaba y se callaba. Era un poeta que acudía a recoger un premio. Yo, por aquel entonces, andaba medio metido en el teatro amateur y me habían premiado por una pieza teatral breve, y por eso nos sentaron en la misma mesa. En la misma mesa en la que también estaba un tipo muy parlanchín, rubio y egocéntrico, superlativo y gesticulador, que consiguió convertirse en el centro de atención de una larguísima comida sin perder jamás el buen ritmo de sus chistes y ocurrencias. Eso sucedió en Blanes hace ya más de... ¡diablos! más de 20 años.
Estábamos en un restaurante con vistas al mar. Una tormenta reciente había engullido gran parte de la playa y las paredes del local (unas cristaleras algo anticuadas, bellamente arruinadas por el salitre) temblaban a dos metros escasos de las olas. Si uno se asomaba al ventanal percibía una sensación de peligro impreciso, como en un sueño. El día era desapacible, gris, tristón.
Terminada la comilona, sobre las seis de la tarde, llegó la hora de los parlamentos. Los premios los entregaba un Consejero de Cultura alto y tontorrón, que pudiera haber hecho carrera en el baloncesto pero eligió la política, al pairo solariego de Pujol y familia. A los premiados nos dió un trofeo feo (el mío se me perdió poco más tarde en la papelera pública más próxima al restaurante) y nos introdujo un sobre en el bolsillo con 250.000 pesetas libres de impuestos y en billetes pequeños. Los billetes los retuve y lo ingresé el lunes siguiente en una sucursal de Banca Catalana (1) dirigida por una concejal de Esquerra Republicana de Cataluña. Al efebo de la sonrisa callada también le dieron un trofeo y un sobre con billetes. El tipo parlanchín de la mesa montó en cólera pocos segundos más tarde de lo de los sobres y lió un barullo efímero: se sentía engañado, ya que (por teléfono) le hicieron creer que estaba premiado cuando, en realidad, no lo estaba. El descubrimiento de la verdad le hinchó las venas del rostro y desapareció enseguida, no sin antes compensar su disgusto arrasando con el alcohol disponible en las mesas, que no era nada desdeñable.
El chico cuyo nombre aparece en La Ilíada ganó el premio de poesía en aquella ocasión. Creo que ya lo dije: era un poeta. Yo abandoné la escritura teatral poco más tarde del evento, que sucedió en la villa de Blanes. No se si ya había dicho que sucedió en Blanes, que es uno de los escenarios de la mejor novela de Juan Marsé, y la villa en donde vivió Roberto Bolaño hasta el fin de sus días.
Al poeta cuyo nombre aparece en La Ilíada le perdí la pista durante muchos años, ya que siempre he sido un miserable lector de poesía y la catalana en catalán, en concreto, siempre me ha importado un bledo.
Años más tarde reencontré en la prensa al joven poeta premiado en Blanes. Le encontré en la prensa nacionalista. Se había convertido en un joven profesor de derecho (el tipo está provisto de un cerebro envidiable). Se había metido en política y aparecía en una lista del soberanismo catalán pre-procesista, al lado de otro jurista y de uno que fue presidente de un club de fútbol. La élite oscura. Así que, unos años más tarde, el efebo mantenía su aspecto de ídem pero había conquistado la locuacidad, aunque era la locuacidad propia de los tímidos: el antiguo petimetre poeta era, ahora, un tipo agresivo y mordaz pero solo en el terreno virtual. Profesaba un nacionalismo aguerrido, beligerante, más de Aquiles que de Ulises.
Hace pocos días encontré de nuevo al que fuera un poeta jovenzuelo y premiado. Le hallé otra vez en las redes. El que fué un joven poeta algo bucólico, con toques místicos y sintaxis filosófica, escribe hoy sobre la urgencia de la patria catalana, sobre el mejor camino a seguir para que sea un estado independiente. Lamenta la debilidad de sus defensores, les exige más testosterona. Con una juventud provista de más testosterona las cosas nos irían mejor, escribe. Exige héroes o mártires.
Aquel poeta tímido y retraído que observaba y se callaba sugiere la concurrencia de cadáveres para avanzar en el plan secesionista. No se ofrece como voluntario para morir por la patria cual vulgar legionario de clase baja: los muertos deben ponerlos otros, ya que él -presumo- prefiere seguir vivo para así optar a algún cargo en la nueva república a orillas de aquel Mediterráneo que salpicaba las cristaleras del restaurante decadente de Blanes en donde le conocí, en1996.
Cada vez que le recuerdo (y mi recuerdo ya es muy vago, muy deformado) me sonrío ante el nombre heroico de que dispone quien exige heroicidad hasta la muerte de los otros para lograr un país tenebroso y lúgubre. En esas ocasiones, que no son muchas, me reprocho no haber leído sus poemas entonces. El poeta patriótico me lleva a pensar en Carlos Wieder, el poeta nazi de la deslumbrante novela de Roberto Bolaño "Estrella distante". Cuando se me ocurre el nombre de Wieder asociado al de Héctor me alegro de haber conocido al poeta que años más tarde pediría muerte y martirio en nombre de la patria. Eso es un regalo del destino: con una mente avispada y una pluma ágil, uno podría empezar con él una buena novela sobre la Cataluña de estos tristes años.
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(1). Por aquellos tiempos disponía de una cuenta corriente en Banca Catalana, no por gusto ni por ganas, si no porqué el empresario para quien trabajaba me exigía eso para poder cobrar a fin de mes. En cuanto me liberé de su empresa, cancelé aquella cuenta. Poco después, Banca Catalana desapareció.
Me has abierto el apetito de la curiosidad. Me intriga el nombre del poeta patriótico. Yo, con la única patriota que me he cruzado a pie de calle ha sido con la Anna Simó, aquella que desde la mesa del Parlament arguyó aquello de "amb la república pot ser que patirem un parell de meses, pero serém més feliçes", en referencia de que posiblemente los pensionistas dejarían de cobrar un par de meses, pero que valía la pena porque después estaríamos a la diestra de Dios padre todopoderoso y al lado de la madre superiora.
ResponEliminaUn abrazo
A la Simó también la conocí, antes de su etapa política, recién salida de la universidad. Era una activista de base con muchísimas ansias de poder, eso si. Pero no es la Simó el poeta de mi relato. Si no lo adivinas te lo chivaré dentro de unos días.
EliminaUna pista: el nombre es cierto. Aunque tu, como te gusta la buena poesía, es muy probable que no le conozcas.
Eliminaalomojó és el Rufián, que es poeta, pero no, deu ser un altre, ara no hi caic...
ResponEliminaNo, el Rufián no és. El Rufián era un Rufián d'onze anys el 1996. I aquest del qui parlo té carrera universitària i és professor de dret, dues coses que el petit Rufián crec que no sap què volen dir.
EliminaH.L.B. ?...por la fecha, 1996, creo que ganó un premio con un título algo tropical..
ResponEliminasalut
¡Acertaste!
Eliminano sera l'Hector López Bofill? dels impatables.
ResponEliminaimparables, volia escriure.
ResponEliminaDesconocía a este "elemento", y acabo de visitar su "twitter".
ResponEliminaNo decepciona, propaganda para "hiperventilados" y poco mas.
Pero se presenta en las listas para el senado. La política y "nuestros" políticos se están degradando a marchas forzadas.
Lo que realmente me preocupa y me da pena, es que haya quienes le "compren" su demagogia barata y repetitiva.
El que fue poeta, hoy es profesor de derecho constitucional. Me pregunto: en sus clases ¿habla de derecho constitucional o de testosterona?
EliminaLa política es un erial. Que elija, me dicen. Y precisamente quitan de las listas a gente válida y buena para poner a toreros y aves de paso. Y que tengo que votar por obligación moral, porque si no viene ... Disculpen, pero no tengo la obligación moral de votar a nadie. Hasta ahora he votado con la nariz tapada por descarte, pero esta vez al descartar me he quedado en blanco. Y por primera vez en años igual voto así, en blanco, o quizá ni siquiera vaya. Mira que alguno estuvo a punto de camelarme, pero por pillar cacho ha demostrado al menos para mí su absoluta indecencia y falta no de principios, que es algo muy de medallas de hojalata en la pechera, sino falta de consistencia argumental, falta de escrúpulos.
ResponEliminaEs un campo baldío y de ese campo saldrá el fruto amargo de nuestro futuro. Y no hay por dónde cogerlo. Tiene espinas por todas partes. Y quieren que me lo coma.