Sobre los doce o trece políticos procesados, la verdad, da pereza escribir más: ¿se puede escribir sobre la mediocridad y la mentira algo que no se haya escrito antes?. Aunque cada vez que pienso en ellos pienso en el ausente, en ese Carles Puigdemont que huyó en el maletero de un coche y engañó a los que están sentados ante el tribunal. Él les condenó.
El ausente Puigdemont, el del chaletazo y las comilonas en Bélgica, convocó a los ahora procesados para el día siguiente al 1 de octubre de 2017. Les conminó a ser valientes y acudir a sus puestos de trabajo. Lo hizo cuando él ya había decidido fugarse. Sabía que a sus cómplices les detendrían. La mezquindad de Puigdemont es una mezquindad que el cine negro ha contado muchas veces. Un grupo de delincuentes atraca un banco. Uno de ellos se lleva el botín y se citan tal día en tal lugar para repartirse el beneficio de la fechoría. Pero el listo no acude jamás a la cita: sabe que el lugar de la cita estará vigilado por la policía. Los demás terminan en chirona mientras él se pega la vida padre. Hay tantas películas que han tratado ese tipo de traición que son innumerables: a cada uno se le ocurre una por lo menos.
Carles fue un listillo en una conjura de listillos, pero los demás lo eran menos que él: ¿eran confiados? ¿ingenuos? ¿tontos? ¿idealistas?. ¿Eran idealistas confiados, ingenuos y tontos? . En el asunto del "procés" hay miles de ejemplos de esta competencia, la del listillo, una competencia que no está contemplada en la prueba de competencias básicas que pasan los alumnos al finalizar la educación primaria pero quizás debería estarlo. Esconder las urnas, esconder la partida presupuestaria que las pagó, esconder, esconder, burlar a la policía, burlar a un estado. Pretendían burlar a un estado democrático de Europa. Eso es un propósito de listos y de listillos, pero no de personas inteligentes. Hubo listos, listillos y pseudolistos. Y nada más.
Hasta que se aparece el más listillo de todos. En el mundo de los listillos, el listo es el rey.
Sobre Carles Puigdemont hay un dato que quiero resaltar: al fugado no se le conoce ningún artículo, ningún ensayo. Hay un libro que corre por ahí y que nadie cita, ni tan solo sus seguidores. "Carles Puigdemont. The catalan question" o algo así, pero lo dicho: nadie lo cita. Incluso los suyos lo soslayan. Sus textos se reducen a esos tuits urgentes, breves, a veces medio ingeniosos y a veces solo apresurados, pero siempre construidos a partir de eslóganes, de ideas románticas e irracionales más trasnochadas que Fu Manchú, tuits facilones para consumo rápido de sus seguidores. En el mundo del pensamiento político, Puigdemont es algo inferior a un MacMenú básico, de esos de a 3 euros con refresco incluido, si lo trasladamos al mundo de la nutrición.
Es un dato relevante: Puigdemont no escribe. No sabemos si lee. Se puede especular sobre su lectura, y sobre esa faceta de su vida nadie aportará evidencias. Yo diría que es hombre de pocas lecturas, pero eso no lo puedo demostrar y lo dejo a un lado. Sobre su actividad escribidora, si: Puigdemont no escribe nada más allá de tuits. Estoy seguro de que los periódicos del régimen le habrán pedido artículos, pero jamás he leído ninguno. Concede entrevistas, algunas, y la mayoría le salen mal. En los canales de tv europeos por los que ha pasado se muestra titubeante, inseguro, fanático, portador de frases tópicas, incapaz de razonamientos que le presenten como un político que piensa, que sabe, que dispone de formación. Incluso los políticos y la prensa escocesa nacionalista han explicado que la "vía Puigdemont" ni les interesa ni les conviene.
Puigdemont no inaugura un nuevo tipo de liderazgo político: apenas se puede considerar un líder y nada en él va más allá de los pseudo-liderazgos populistas más rastreros de antaño. De ninguna forma ejerce un liderazgo nuevo, nada a tener en cuenta. El tipo que se cambió de coche bajo un puente el día 1 de octubre para burlar el seguimiento policial auguraba al que se fugó en otro coche unos días más tarde y, en cierta forma, parece un personaje de alguna película de los hermanos Cohen. Pienso que podría ser un buen secundario en una escena descartada de "El gran Lebovsky" y nada más, esa cinta de los Cohen que habla de listillos de medio pelo metidos en trifulcas delirantes.
Algo huele a conjura de listillos en todo el asunto de la república no proclamada, y algo huele a listo cutre en la salida del líder que se pega la vidorra en Waterloo mientras los cómplices menos listillos acatan las normas del tribunal y responden "yo no fuí", "solo era una broma", "íbamos de farol" y cosas así. Hay que distinguir entre listos, listillos e inteligentes. Inteligente no hubo ni uno. Listos, uno. Listillos, un montón. Creo que, aproximadamente, dos millones.
Si entre el empecinamiento y la soberbia le quedara a este hombre un mínimo de reflexión para el análisis de la realidad -con la de andar por casa sería suficiente-, estaría abollando a cabezazos las paredes de su villa por la ciénaga en la que ha instalado a sus colegas. No es el caso; lo sé.
ResponEliminaSalud.
(Aunque no comente, sigo con interés tus artículos y los comentarios).
Pero no me negarás, LLUIS, que al sr Pugdemont se le puede comparar en igualdad de situación que no de intelecto, bien es verdad, con Jesús. Él tampoco escribió nada, estuvo perseguido, sus fieles le seguían y continua haciendo correr rios de tinta.
ResponEliminaHala, esta ha sido gorda ¡¡
Salut
https://www.vozpopuli.com/opinion/proceso-proces_0_1222978983.html
ResponEliminahttps://www.elperiodico.com/es/politica/20190302/duran-mas-pacto-rajoy-9n-7333257
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