Unos días atrás intenté escribir lo que siento y lo que pienso cuando me cruzo, por las calles, con personas que lucen un lazo amarillo en el anorak. Eso solo sucede en las calles comerciales del centro, ya que, en la periferia en donde habito, jamás vi ningún lacito color gualdo. Tras hacer un esfuerzo, concluí que el sentimiento que me domina ante la visión del lacito de oro es la pena. "A mi me engañaron", parece que desean transmitir. "Soy un estafado".
La simbología de lazos en la solapa siempre fue la exhibición de una minoría oprimida que deseaba visibilizarse. La minoría oprimida por su orientación sexual, por ejemplo. Sin embargo, los lazos amarillos de los independentistas catalanes subvertieron la simbología tradicional del lazo en la solapa: una mayoría opresora se hizo pasar por minoría oprimida, con la esperanza de darle aliento a una revolución tan elitista como fracasada.
Solo la miopía del gobierno del Partido Popular le dio sentido a la exhibición del lazo amarillo in pectore. ¡Qué cosa tan rara! me dije: parece como si los nacionalistas catalanes y los nacionalistas españolistas de la división azul (azul PP) se hubieran puesto de acuerdo en mantener vivo hasta más allá del tedio algo que les conviene a los dos. Pero ese análisis lo voy a dejar para los analistas mucho más sesudos que yo.
Lo que me preocupa es: ¿qué quieren transmitir los esforzados independentistas que siguen luciendo el lazo amarillo en la solapa de su abrigo, más bien caro? ¿Acaso estas personas no se leen la prensa y desconocen (o ignoran) lo que le declaran ante los jueces los protagonistas de la jamás proclamada república catalana?
La señora Neus Munté dijo el otro día que el gobierno indepe catalán no tenía la más mínima intención de implementar la república catalana no-proclamada el 27 de octubre, y que, en consecuencia, preveían unas sanciones judiciales que no irían más allá de la inhabilitación (aún así, la señora Munté se retiró a tiempo y dimitió para no ser inhabilitada: un gesto hábil y prudente, el suyo, muy catalán). El señorito Mas, de nombre Arturet, afirma en una entrevista (en una cadena radiofónica amiga) que lo de la república catalana fue un engaño, ya le vale, y que el referéndum del 1 de octubre, en realidad, no lo era. Que lo de las urnitas tupperware solo era una kermesse, en belga, o "foc de camp de minyons escoltes", en catalán.
Jolín, Arturito... a ver como se lo cuentas eso a los que recibieron palos por crédulos, o a los esforzados tractoristas que gastaron el gasoil de sus tractores para plantarse ante unos colegios electorales que solo eran una coña... ¡haberlo dicho antes!
Porqué el 1 de octubre yo me marché a Francia, a la bonita población de Colliure, y me arrodillé ante la tumba de Antonio Machado para no saber nada del referéndum que no lo era. Y el viaje me costó una pasta. De haberlo sabido me quedo en casa y me voy a al cine a ver una película doblada al español, como un domingo cualquiera.
La próxima vez que me cruce con una de esas personas que, de buena fe, llevan el lazo amarillo en la solapa de un buen anorak -de 200 euros por lo menos-, le voy a preguntar, con educación y con respeto, si no se siente muy engañada. Se lo pediré no solo con corrección semántica, si no también con curiosidad científica. Me inquieta mucho que apoyen con su símbolo pectoral a unos líderes que insisten, una y otra vez, en que todo iba de farol. Y que, dentro de poco, reconocerán que el empecinamiento de Puigdemont es un problema gordo, y que todo fue solo una broma, una bromita, un jeje qué listo soy, y que si escondo urnas de pega y viajo en maleteros y etcétera es para demostrar que soy mú listo pero listo de broma.
Dios mío, Dios mío... creo que debo abandonar mi agnosticismo de una vez por todas, porqué la fe inquebrantable de los indepes catalanes demuestra que la fe es capaz de plantar lazos amarillos (renovables y reciclabes) en los pechos de los más estafados.
Aunque... si me convierto a la fe, lo primero que haré será preguntarle a Dios: ¿por qué me hiciste catalán? ¡Anda que no hay naciones y estados y continentes en el mundo! ¡Ya te vale!
A mi particularmente tanto se me da que Dios me hiciera catalán como manchego. El hombre es circunstancial de lugar, y cada uno es de donde se siente, de donde lo tratan bien y de donde se gana la vida. Eso creo.
ResponEliminaTampoco, amic Lluis, tengo un problema con los "lacitos", no son más que trapos inventados en el medioevo para distinguir las tropas del conde de tal, de las del marqués del cual y que no se matasen entre los seguidores del mismo tipo feudal, el mismo que después les sojuzgaba.
Cuando un individuo/a (ahora hay que ponerlo todo y especificar), lleva un trapo para que los demás le distingan como seguidor de una idea, mala cosa, quiere decir que necesita demostrarse así mismo su creencia, y que no le basta con llevarlo en el corazón, sino que ha de verlo "in pectore" para aseverar lo que dice creer. Es lo mismo que si un licenciado llevara el título colgado del botón de la solapa, diciendo a los cuatro vientos: "yo soy médico". De estos no te fíes, porque en cuanto se gira el viento actuan como una vela latina, y son capaces de decir que "las promesas políticas son eso, promesas, y a veces se inflan". (sic de don Artur Mas).
Salut
Cuando me cruzo con alguien que luce el lazo amarillo, me dan ganas de felicitarle.
ResponEliminaPorque han conseguido su objetivo, independizarse. Se han independizado del sentido común, de la realidad, y de la otra mitad de la población de Cataluña.
¡¡ Ahí es nada !!.
Saludos.
La iglesia fundamentalista del lazo amarillo y sus feligreses
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