Entro en el viejo casino de pueblo. Es un salón enorme, de una sola pieza. El mostrador del bar, al fondo, parece lejano o diminuto. El sonido reverbera como en un templo. Si, hay algo de templo de una religión indígena y perdida. Mármol gris, paredes color crema y en lo alto el tragaluz por el que desciende suave una luz blanca y matizada hasta las mesitas, para que brillen los vasos y ese juego de ajedrez de cristal. Hay poca gente, y todos son gente mayor. Los abuelos del pueblo, con sus cortados y sus vinitos.
Me pregunto porqué me encuentro tan a menudo en interiores como este, casi vacíos. Todo está tranquilo, e incluso el reloj art déco con su marco dorado se detuvo una tarde, nadie sabe cuantas tardes de cuantos años habrán pasado des de que las agujas se detuvieron. Al fondo, y justo antes de la puerta que comunica con el patio trasero (en done estalla una luz sideral) hay estanterías y mesas con montones de libros. Preciosamente desordenados. Me cuentas que la gente deja libros usados aquí y el dueño del local los vende a 2 euros. En este país resquebrajado nadie pierde el tiempo, la pela és la pela. Comentamos que el 2 parece excesivo, bastaría con cobrarlos a 1. Sea como sea me gustan las segundas vidas de los objetos y en especial de los libros, de los discos y de las lámparas de sobremesa. Me paseo entre los montones de papel impreso y cubiertas de colores. Las hay chillonas y las hay tímidas. Rebaso el rincón infantil. Y entonces me encuentro ante una gran mesa de color nogal, donde los libros crecen en columnas (¿estalagmitas?). El tercero contando por arriba en la estalagmita en donde se ha posado mi mano es un librito delgado. En la portada está la foto de Federico. Cuando digo "Federico" suele ser Federico García Lorca.
Se trata de "La luz prodigiosa", la primera novela que publicó Fernando Marías, en Madrid, 1992, Ediciones Libertarias, premio de novela Ciudad de Barbastro 1991. Lo agarro con la mano y me lo llevo con el celo de un niño, deprisa, hasta la barra del bar para pagárselo al camarero chino, como si me asaltara el temor de que alguien vaya a llegar y me lo quite. El hombre deposita las monedas en la palma de su mano, las mira y me obsequia con una sonrisa que valoro en mucho más de 2 euros.
"La luz prodigiosa" trata, justamente, de barras de bar y de gente solitaria y perdida que se encuentran y se pierden. Un periodista desorientado y decepcionado (vaya usted a saber de qué) ha ido a cubrir los actos de la conmemoración de la muerte de Lorca, y por la noche conoce a un vagabundo borrachín en un antro. Le invita a unos coñacs y el mendigo, a cambio, le ofrece el relato que es el meollo de la novela:
-Además, Federico García Lorca no murió en agosto de 1936. Puede que todavía esté vivo.Eso es lo que le suelta el mendigo, y así arranca la novela.
El relato, escrito de un tirón y sin particiones ni trucos es la transcripción del monólogo del viejo. Empieza cuando era joven y viajaba en un motocarro para repartir pan por las aldeas, en 1936. Una madrugada se encontró el cuerpo de un moribundo con heridas de bala en la cuneta de una carretera secundaria. Le llevó a su chabola, lo cuidó y le curó. El herido se recuperó, pero su mente quedó en blanco, como borrada de un plumazo (de un balazo). Amnesia o algo así. El tipo no habla y tiene la mirada vacía. Pasado un tiempo, el hombre deja al herido al cargo de unas monjitas, en un centro psiquiátrico. Beneficencia franquista pero beneficencia al fin y al cabo.
Luego sigue narrando la historia de ese anónimo salvador a lo largo de 30 años, durante los cuales pierde y reencuentra al herido, convertido en un vagabundo urbano que pide limosna para comprarse vino y bebérselo en los tugurios y los callejones de una ciudad gris, con guardias civiles y miseria y putas cansadas. Litros de alcohol y tristeza y soledad. No hay nada alegre, en efecto. Cuando leo libros referidos a la postguerra y la vida de los trabajadores en las ciudades del franquismo no puedo pasar por alto que este tuvo que ser el paisaje de la juventud de mi padre, aunque él jamás lo contó como lo hace Fernando Marías (casualmente, el nombre de mi padre era Fernando).
A lo largo de unas justas 125 páginas se cuenta una historia densa y a veces deprimente. La relación quizás enfermiza del hombre que recogió a un herido y ese herido que deambula, sucio y borracho, por las calles. El benefactor ha quedado atrapado por su buena acción, se ha establecido una dependencia inquietante. Le sigue, le busca. Al cabo de 30 años vuelve a ayudarle y es entonces cuando, milagrosamente (aunque eso estaba anunciado des del principio) el sujeto recobra la memoria de repente. Poco después, y viendo las noticias, el protagonista descubre que salvó al poeta Federico García Lorca. Y es entonces, en las diez páginas últimas, cuando por fin se formula el concepto de "la luz prodigiosa". La luz prodigiosa es un instante del día, en la madrugada, es el momento en que las partículas de luz sustituyen las de la oscuridad y la mente se abre a una libertad infinita. Es el instante de la revelación y de la epifanía diaria.
La novela concluye con el periodista escribiendo en su libreta el relato del viejo borracho, sentado en el asiento de un tren que -suponemos- le devuelve a casa. El periodista ha decidido que el relato es cierto, que cuenta la verdad. Sin embargo, al lector se asaltan dudas de toda clase, imágenes y sugerencias de colores distintos. Apunto algunas: en el relato hay pistas (pistas débiles, pero pistas al fin y al cabo) que remiten a la obra de Lorca. ¿Es el propio Lorca ese borrachín que habla con el periodista? ¿Los biógrafos de Lorca prefieren que su poeta esté muerto? ¿Qué habría hecho Lorca con su vida, en caso de sobrevivir al fusilamiento de agosto del 36? ¿Qué vidas puede haber en el pasado del vagabundo alcoholizado que duerme en el cajero automático de mi calle? ¿Elvis está vivo y trabaja en la gasolinera de una carretera secundaria cerca de Galveston?
A mi, que un relato gris y triste termine con un estallido de luz milagrosa me lleva a pensar (y a sentir) algo parecido a un agradecimiento infinito, como lo que se siente cuando uno palpa algo de una bondad intangible. "La luz prodigiosa" es una historia de amor, de tristeza, de soledad y de encuentro.
Ahora, cuando arrecian los debates sobre el futuro de la novela y de la novela negra en particular, acabo de encontrar algunas respuestas y muchas más preguntas. Eso es muy bueno. Por lo menos para mi.
Ahora me doy cuenta de no elegí a este libro entre los cientos que se hacinan en la librería: el libro me eligió a mi y por eso también participo de ese agradecimiento a algo que debe ser, simplemente, la vida.
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"La luz prodigiosa" tuvo una adaptación al cine dirigida por Miguel Hermoso en 2003.
Enrique Morente y Lagartija Nick versionan a Leonard Cohen cuando versionó los poemas de Federico en "Poeta en Nueva York":
AQUELA "TROPA DE PATRIOTES",ACABAVA LA "FEINA"AMB UN TRET DE GRACIA... IMPOSIBLE SOBREVIURE,PERO LA DESAPARICIO DE LES SEVES DESPULLES SI QUE M'HAN FET PENSAR,QUE POTSER LA FAMILIA,IMPORTANT PER SI MATEIXA,NO RESCATES EL COS I LI DONES UN DIGNE REPOS.
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