dedicado a Joan A.
La maté porqué era mía, dice el hombre entre sollozos y lágrimas perfumadas de alcohol. La mató de catorce cuchilladas profundas en la plaza, bajo el sol, mediodía, verano, luna llena. La maté porqué era mía, porqué antes muerta que con otro, porqué la vi con otro paseándose de su brazo por la plaza y eso yo no lo podía soportar, así que me volví para casa, agarré el cuchillo y me salí corriendo para la plaza de nuevo. Bajo el sol del verano, murmullo de playa, chiquillos, chiringuitos, sangría, sangre.
Cuándo descubrí la casa abolida supliqué a los dioses que la causa hubiese sido un desastre natural. Pero tampoco me escucharon ésta vez: las causas fueron la codicia y la maldad humanas.
El administrador de la finca descubrió que la casa estaba ocupada y que vivían en ella gentes extrañas, gentes que se habían colado en la casa y la habitaban sin pagar alquiler. Así que decidió demolerla. Posiblemente había líos jurídicos sobre la propiedad (los herederos no se hablaban entre sí, tenían conflictos con el ayuntamiento y sus impuestos). Todo era complejo y difícil, meterse en juicios y deshaucios debía de ser un embrollo, y sobretodo un embrollo caro. Sin embargo, derribar la casa salía a cuenta. La derribé porqué era mía.
Yo viví en esta casa ahora derribada durante un tiempo, durante el cual -ahora me acuerdo- la ciudad celebró sus olimpiadas. Desde su ligera distancia nos mantuvimos alejados de la orgía deportiva e inmobiliaria, del alegre y espectacular deporte con sus espónsores del ladrillo y del hormigón. Pasqual Maragall reinaba en la gran ciudad que se divisa al fondo, bajo una nubecilla de marrón mierda, y un tal Jordi Pujol se apuntaba a la fiesta para ver si salía en la foto de los vencedores, con los atletas triunfantes y cerca de las medallas. Vistas desde Montgat, las olimpiadas fueron tan sólo una remota competición de la tristeza y la vergüenza.
En aquéllos tiempos cobré mi primer sueldo más o menos decente y me emancipé, si es que ese es el término correcto para designar la acción de largarse de la casa paterna. Del piso paterno, en este caso, y para ser un poco más precisos. Emanciparse sucede ahora sobre los cuarenta años, pero a principios de los noventa uno solía hacerlo alrededor de los veinte, siempre que tuviese un trabajo y una nómina. Así fué como estampé mi nombre en un contrato de alquiler que fué el primero de muchos.
Creo que hace unos cinco años -quizás seis- visité la antigua casa de Montgat (calle Buenos Aires, 14), y la encontré más viejecita, algo más dejada pero sin embargo llena de vida. Llamé a la puerta y hablé unos minutos con las familias que vivían allí, yo diría que argentinas. No se me ocurrió preguntarles si tenían contrato y pagaban las mensualidades, claro, eso no es algo que me preocupe. Recuerdo unos niños pequeños que correteaban por el jardín casi desnudos, sonrientes, coloreados por el sol.
Hoy (finales de agosto de 2012) he vuelto a visitarla, pero la casa ya no está. No queda apenas ningún rastro, sólo unas ruinas que parecen remotas. Ningún rastro de paredes, baldosas, muebles. Incluso los árboles que daban sombra desaparecieron bajo el celo derribador del propietario, el cornudo a quién no le pagaban.
-La derribaron hará cosa de un año -cuenta la vecina- La derribaron porqué se metió una gente.
-¿La ocuparon? ¿Ocuparon la casa y por eso la derribaron?
-Si.
La derribaron con ensañamiento, con un ensañamiento profesional y eficaz. No han dejado nada. Cuando derribas con la ley de tu parte, el derribo es tan definitivo como ejemplar. El resultado final (esa nada de piedras y hierbajos secos que cubren la pendiente) parece obra de un mítico guerrero, Gengis Khan o Aníbal. Hay algo mitológico en esa acción que imita a una destrucción casi natural, como si hubiese pasado un terremoto o mil años. Para dar ejemplo. Por eso la maté, porqué era mía.
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La casa, de dos plantas, seis habitaciones, con jardín y garaje, estaba situada en el número 14 de la calle Buenos Aires de Montgat, en el barrio conocido como La Argentina porqué allí edificaron sus casitas de veraneo los indianos que regresaban enriquecidos. Alrededor de los años 30 del siglo XX albergó un prostíbulo en donde, según cuentan, también se celebraban partidas clandestinas de naipes, como un pequeño casino (eso era habitual entonces). Parece ser que el declive llegó con los problemas legales y quizás con algún lejano crimen, cometido entre aquéllas paredes. Con el paso de los años, empezó a ser alquilada y a partir de finales de los 80 acogió a jóvenes estudiantes. En 1992, el precio de su alquiler era de 75.000 pesetas, es decir algo menos de 400 euros, y resultaba cómodo pagarlo entre tres o cuatro personas.
El solar está a la venta por el precio de 1.500.000 euros, y se puede adquirir siguiendo este enlace.
Me sentía tentado en dejar aquí una maldición terrible para quién compre el solar, pero es innecesaria: quién dispone de ese dinero está maldito aunque no lo sepa.
no tan sólo han derribado una casa, han borrado una parte de tu pasado que sólo es un montón de piedras. Y esto debería ser considerado delito.
ResponEliminaUno descubre que la vida iba en serio con estas pequeñas anécdotas, no? La vida y los intereses económicos, claro.
EliminaYo creo que dejamos fantasmas en los sitios. No hace falta haberse muerto para que el fantasma de uno habite un lugar determinado. Y sé que tú fantasma está en ese solar, esperando que comiencen las obras. La maldición es, pues, innecesaria.
ResponEliminaLa teoría del fantasma del vivo me interesa mucho. Si es así, la maldición está echada.
EliminaSon como el perro del hortelano que ni come ni deja comer, com la casa es seva, abans la destrueixen que deixar que l'habitin de franc...
ResponEliminaNo entenc massa d'arquitectura, però jo diria que la casa tenia un cert valor i no deixava de tenir elements d'interès. Cases molt més discretes estan catalogades i protegides, però sembla que aquí la cobdícia va passar per damunt de tot (i l'Ajuntament socialista de Montgat hi deuria estar d'acord).
EliminaSon experiencias de este tipo las que demuestran que el materialismo es una gran falacia. Algunas piedras hablan más que otras y no tienen que ser precisamente las más caras, las de conversación más agradable..
ResponEliminaPues eso más o menos, si no nos agarramos a algún tipo de espiritualidad (aunque sean espíritus burlones) estamos jodidos.
EliminaLluís, quiero conocer a ese escritor de guerra relámpago.
ResponEliminaMuy bueno eso de la guerra relámpago. El escritor de la blitzkrieg es un perfecto prescindible, pero te lo mando mejor por el correo.
EliminaTambé torno a la casa on vaig viure fa temps... tota deixada i abandonada. No entenc, o massa que ho entenc, aquest neguit de derribar tota casa que pugui ser ocupada i deixar el solar abandonat...
ResponEliminaMalgrat tot, el solar té el seu epitafi:
Magnífico terreno residencial en el centro de Montgat a lo alto del núcleo urbano. Orientación sur con fabulosas vistas al mar y a la montaña. A 5 minutos andando a la playa y de la estación de cercanías. Muchas posibilidades.
Los solares son cenotafios de las vivencias que un día conformaron el ser cotidiano de quienes allí se cobijaban. A veces, incluso parece como si algún trozo de tabique semienterrado susurrara, sucio y cuarteado...
ResponEliminaEm resulta especialment feridora la imatge de ràbia del propietari, que me l'imagino amb la piqueta a la mà, tirant les parets a terra pensant en els caps dels ocupants. Quanta misera existencial corre pel món!
ResponEliminaLluís, t'acompanyo en el sentiment.
Sovint vaig a veure la casa on vaig passar la meva infantesa i la meva joventut. No puc imaginar-me com em sentiria si un dia la tiren a terra!
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