28 de juny 2013

Si una nit d'hivern un viatger


Llegué a tu casa de madrugada, enmedio del invierno. Una estúpida avería me retuvo en Viñamala durante más de tres horas, el teléfono se quedó sin batería y no pude avisarte de la demora. Posiblemente, me dije, ella ya no me espera y piensa que simplemente he decidido no ir a verla. Pensaba que te encontraría durmiendo, o incluso desvelada pero en la compañía de otro hombre. Uno de esos jóvenes rubios y atractivos de tu pueblo junto al gran río.

Entre Viñamala y tu pueblo encontré una gasolinera. No necesitaba combustible, pero las luces naranjas y lilas del neón encima de la cafetería me detuvieron. El dibujo del gran salmón con el anzuelo en la boca. Pensé que un buen café doble me vendría muy bien. El local estaba vacío, y en el juke-box (al fondo de una barra infinita) sonaba una canción que recordaba lejanamente. Chris Rea, murmuré para mi mismo. Un burdo imitador de Elvis, creo que pensé mientras murmuraba. O quizás fue del revés.

Tras el mostrador estaba la mujer oronda, posiblemente caribeña. Ahora los esclavos se desplazan por el planeta costeándose los gastos del billete del avión, visas y certificados. Y acuden a los amos para ofrecer su esclavitud. La humanidad progresa. Los miserables solicitan día y hora en el crematorio. Le pedí un café americano, me lo bebí con dos tragos y le pregunté por los servicios. Con un gesto amplio y esférico de su brazo hercúleo me señaló el pasillo angosto, al fondo, a la izquierda. Sentí su mirada apiadándose de mi, pegada a mi cogote.

Anduve entre dos paredes estrechas, pintadas de verde vejiga coreadas por retratos de remotos líderes falangistas. Fotografías amarillentas de hombres repeinados y mujeres con moño adusto. Sus ojos tenían algo de cocodrilo, esa quietud exasperante y diabólica que en cualquier momento puede saltar con las fauces abiertas y engullirte en dos segundos. En el retrete encontré una rana muerta, con la panza hacia arriba. Me vino a la memoria una antigua amante que solía exponerse en una postura parecida y a la vez el cadáver de mi madre el día en que me la encontré. Tuve que orinar mirando al techo.

Tu casucha de madera estaba oscura y en silencio, aunque justo tras cruzar la puerta ya adiviné ese olor a pescado. Pisé algo viscoso y frío que cubría el suelo y permitía que mis zapatos se hundiesen en las alfombras con un chapoteo sordo. Por un instante no pude comprender como había podido desear a alguien tan asqueroso. Debería haberme quedado en la cafetería hablando con la camarera mulata, me dije. Y dejarme llevar por los paisajes de su voz, palmeras y sol, playas de arena blanca, cocoteros, Changó, Pachamama.

Pero estoy en Europa y es invierno. Todo es frío y humedades. Estoy en el puto centro de Europa, barro y amfibios muertos, ríos salmoneros con salmones que suplican ser ahumados. Enormes chimeneas humeantes. Wagner. Campos de exterminio hasta el horizonte. Barro helado y crujiente, Dachau o Mauthausen.

24 de juny 2013

La bicicleta estàtica



[La cançó es titula Never look back again, i la col·lecció de fotografies també]

A principis dels noranta vaig voler ser pintor. Vaig dedicar-hi hores i energies, pinzells, pots de pigment, cautxú, dissolvents. Al principi imitava Gauguin, però de seguida em va captivar el misticisme al·lucinat de Marc Chagall.

Vaig exposar en bars i restaurants del meu barri. Fins i tot vaig exposar en restaurants d'altres barris. Vaig vendre alguns quadres. Crec que el més car de tots el vaig vendre per 80.000 pessetes, que em va pagar un senyor panxut i amb corbata. Home de poques paraules i molts bitllets, que amb prou feines fou capaç de dir-me perquè el comprava. Era una escena eròtica, i jo vaig pensar que possiblement el regalaria a una secretària. L'home feia tot la pinta de ser un funcionari de nivell mitjà, potser alt. En tot cas, de Convergència.

Un dia, al restaurant del carrer Bailèn on tenia els quadres penjats, hi va entrar una senyora guapíssima i molt elegant. Gastava un accent lleugerament afrancesat. Em va dir que tot just ahir va tornar de Brussel·les -on té una galeria-, i que allà les meves pintures tenien l'èxit assegurat. Bèlgica és un país en el qual no penso mai, perquè aquí a la península tothom sap que a Bèlgica són tontos del cul. La senyora em va dir que em folraria venent pintura als belgues i em va citar per l'endemà al seu despatx per acordar els termes del tracte comercial (l'adreça era la d'un edifici modernista del carrer Gran de Gràcia).

Però l'endemà de bon matí vaig decidir que ja no volia ser pintor. No em vaig presentar a la cita amb la senyora galerista elegant i guapa.

A finals dels noranta vaig voler ser actor de teatre i em vaig matricular en una escola teatral. Una professora argentina em va dir que jo mai no seria actor. Però com que havia pagat la matrícula per endavant, em va tenir tot un curs a classe. Vam arribar a ser amics.

La vida va passar i em vaig dedicar a altres professions. A la feina que faig actualment puc pintar de tant en tant, i faig de clown cada dia. Però abans d'adormir-me penso que volia ser pintor. O, en tot cas, actor de teatre.


21 de juny 2013

Dolores y el cielo (fin de curso)



Dolores,

Creo que jamás había visto unos ojos como los tuyos. Nunca hasta hoy (cuando ya cuento tantos años) había contemplado una mirada tan triste como la tuya. Creo que nunca. Y tu sólo cuentas doce, y tienes tanta vida por delante.

En tus ojos hay hambre, tristeza y miseria. Podría decir que son un hambre, una tristeza y una miseria casi infinitas, casi eternas. Si mi cabecita pudiera entender qué significa infinito y eterno, diría que me lo contaron tus pupilas oscuras. En tu miseria hay siglos de miseria. Quizás miles de años de hambre.

Y tu ropa polvorienta. Demasiado abrigada para tanto calor, y meses atrás demasiado ligera para aquel frío cabrón del mes de marzo. Un día vi tus zapatos destrozados andando en el barro. Sentada en clase me miras con desprecio porqué yo llego duchado, con ropa limpia. Te diste cuenta de que mi camisa azul cielo era nueva.
-Vaya mierda de camisa llevas -me dices a las nueve y cinco- qué fea es.

Te pedí una foto. Para la orla de fin de curso, te dije. No quiero fotos, me respondiste. Y ocultaste la cara de ojos tristes tras tus manos manchadas. Nos llevó mucho trabajo sacarte una foto. Hoy era tu último día, porqué el curso próximo irás al instituto. En la despedida he intentado darte dos besos pero tu me has dicho
-No.
Y me has alcanzado tu mano, manchada como siempre. Y nos hemos saludado con una encajada de manos como fuera de lugar. Como fuera del mundo. Por un segundo hemos intuido otro mundo.

Todos dicen que Dolores fracasará en el instituto, que no aprobará nada y que su conducta será inapropiada, disruptiva, intolerable. Y tienen razón. Pero yo no he visto nunca el fracaso en tus ojos, ni he conocido jamás a una niña fracasada. Sólo he visto leyes fracasadas, escuelas fracasadas y maestros fracasados. Alcaldes fracasados, presidentes fracasados. Adultos fracasados estoy harto de verlos. Los veo a decenas, a centenares. Sentados en el tren, camino de sus casas.

Dolores, lamento mucho que mi generación haya fracasado. No hemos sido capaces de construirte algo decente. Te dejamos un mundo vacío y frío, un mundo de gentuza y estupidez. Contamos dinero y propiedades, chalés en la Cerdaña y coches, diputados soberanistas y unionistas. Gentuza que sólo sabemos sumar y no devolvemos nada. Te dejamos codicia y furia. Te dejamos nada.

Perdóname, Dolores, porqué no sé lo que he hecho.

19 de juny 2013

Morir de amor




Domingo, 16 de junio. Tarde con nubes creciendo por el oeste.

Empecé a escribir un cuento del que tenía una sola imagen: un hombre distraído (¿perdido?) desciende del tren en una estación vagamente conocida y allí encuentra a su primer amor. Por casualidad. El resto (lo que llamarían nudo y desenlace) surge mediante el ejercicio de someterse a la asociación libre de ideas y de dejar fluir las palabras. Al final uno relee lo que ha escrito en estado casi sonámbulo, busca un hilo pequeñito y luego reescribe una vez ha sido capaz de intuir alguna lógica en el deambular de las frases. Si hay metáfora o solo descripción del sueño no puedo decidirlo.

Muchas veces había intentado imaginar como sería el reencuentro con mi primer amor. Sentía muchísima curiosidad por saber qué sucedería en mis entrañas, en mis recuerdos, qué emociones se iban a revolver. Siempre pensé que cuando llegase ese momento -tan explotado por la literatura y el cine- iba a sentirme muy vivo.

Todo esto lo pensaba hasta junio de 2010, que es la fecha en que me reencontré con mi primera novia. Una cadena de casualidades propiciaron el encuentro. Mi madre se encontraba ingresada en un hospital. Faltaban pocos meses para su muerte. Supe que Amalia (voy a llamarla Amalia en este texto) trabajaba en las oficinas de aquel hospital, y que además ocupaba un cargo más o menos relevante, con despacho y secretario joven en la antesala. Le saludé, hablamos un rato, nos contamos los quebraderos de cabeza que nos dan las madres cuando son viejas, algunos comentarios abstractos sobre la situación del país. Entre nosotros fluyó una exquisita educación, casi tan fascinante como la frialdad que nos mantuvo las manos inmóviles, la sonrisa petrificada.

Mientras intercambiábamos frases observé y fui observado. Ella detuvo levemente los ojos sobre mi cabeza desprovista de pelo (y sobre el color gris mate del poco pelo que me queda). Yo me di cuenta de que ella había engordado bastante y mostraba un considerable ancho de cintura, culo y muslos. También el cuello parecía más robusto, sus ojos más pequeños y menos brillantes, una especie de resignada amargura en el gesto de la boca, rasgada por los pliegues que surcan un rostro después de los cuarenta. Ahora se parece a su padre, muerto hace muchos años. Nosotros hacemos planes mentalmente, pero la naturaleza ejecuta los suyos con admirable eficacia. Me acuerdo perfectamente del único instante de ternura que experimenté. Mientras ella miraba mi cabeza recordé una situación antigua, quizás de 1989.

A los veinticinco yo empezaba a preocuparme por la pérdida del pelo que se anunciaba en mi frente.

Estamos en una sala prestada. Hay un sofá desvencijado, cojines y una colchoneta bastante lúgubre. Es un semisótano. La luz, escasa y triste, penetra por unos ventanucos de madera azul, de donde la pintura se desprendía como enferma. Jamás encendíamos las luces en aquellas tardes después del instituto, pero siempre quemábamos la barrita de incienso de una tienda hindú de la calle Hospital, cerca del teatro Romea. La escena transcurre entre la penumbra y el humo, porqué además del incienso nos fumábamos su paquete de Royal Crown.
-Se me va a caer el pelo y me voy a quedar calvo como mi padre -dije yo de repente, después de un largo silencio.
Ella se incorporó un poco y en este gesto mostró sus senos menudos y erectos, y los pezones erizados. Acarició mi cabeza, se removió encima mío y me besó en la coronilla.
-Te prometo que cuando estés pelado voy a besar tu cabezota pelada -dijo.

Nuestra historia de amor terminó poco más tarde y mucho antes de quedarme calvo. Su promesa quedó incumplida. Sólo podría haberla cumplido aquel mediodía en el hospital donde mi madre agonizaba, veintipico años más tarde y cuando ya no tenía ningún sentido.

Creo que el cuento que escribí la otra tarde trata de este instante.

16 de juny 2013

Tanto que nos quisimos


Me bajé del tren al atardecer, cuando el sol se teñía de rosa triste y el paisaje se sumía en malvas grisáceos. Fui el único pasajero que descendió en Viñamala el 12 de junio de 2013 a las ocho cuarenta. No vi a nadie más en el andén. Jamás había estado en este pueblo, y sin embargo la estación me resultaba familiar: la salita de espera pintada de verde oliva con columnas de acero fundido, los bancos de madera gris, el reloj octogonal, la forma de las manchas de humedad en el techo, la vista de la avenida con tilos que se abre hacia el fondo, tras la cristalería. Es absurdo, ya lo se.

Consulté el papel doblado cuatro veces que llevaba en el bolsillo, con la dirección de la fábrica en donde quizás me darían trabajo. Debía encontrar a alguien para preguntarle, porqué no fui capaz de ver el nombre de ninguna calle. De repente, corriendo empujada por una prisa excéntrica, apareció una mujer pelirroja por detrás de una esquina. A pesar de la penumbra incipiente y los años transcurridos me di cuenta de que era Beatriz. ¡Beatriz! mi primer amor. Hace tantos años que la perdí de vista... Sabía que se marchó de la ciudad, pero ni idea de que estuviera en Viñamala.

Ella también me reconoció enseguida. Nos abrazamos en silencio, muy emocionados.

-¿La fábrica? Está en las afueras -me susurró al oído muy bajito y con la respiración agitada como cuando hacíamos el amor a los diecisiete años- Podría llevarte más tarde. Se me ocurre que... si, ya lo se: espérame en casa, yo ahora debo hacer cosas pero luego pasaré a recogerte.

Me dejó ante la puerta de un caserón enorme del centro, un edificio de color indefinido y humedades verdosas, ventanas con cristales rotos, puerta gigantesca y desvencijada. Estaba oscureciendo muy deprisa, demasiado aprisa para el mes de junio. Subí unas escaleras palaciegas y crucé salones de techo lejano, casi infinito. Anduve por una cocina enorme en donde nadie cocinaba. Entre las sombras olía a pescado podrido. Luego, por fin, encontré un pasillo largo, ondulante y estrecho como un intestino. En el fondo se intuía una luz muy débil, pero escuché muy nítida la música de flautas tristes tocando una melodía insistente y monótona. Quizás también un oboe.

El pasillo terminaba en un portalón que daba acceso a un patio abandonado y ruinoso. Olía a mierda de gato. Viejas esculturas -pésimas imitaciones de Praxíteles- estaban hechas añicos en el suelo mohoso. Tras cruzar el patio encontré el cuartucho iluminado y el tocadiscos. A su lado quemaban dos pebeteros que desprendían un olor acre y almizclado. El suelo estaba cubierto de cojines y colchonetas de un amarillo feo. Justo enmedio se retorcía un cuerpo pálido y sudoroso.

Me senté en un rincón para contemplarlo con detenimiento. Tardé un poco en comprender que no se trataba de un cuerpo, si no que eran dos. Sus extraños movimientos no podían interpretarse como algo sexual. Era algo más inquietante. Algo más salvaje. Diría que uno de ellos intentaba zafarse con desespero del otro, casi extenuado, con los ojos llenos de pavor y una boca enorme, abierta hacia la negrura insondable de su garganta. Creo que la víctima quería gritar pero no tenía suficiente aire en los pulmones. Creí distinguir los rasgos de Beatriz. No, esto no era posible.

Entonces recordé que, mientras Beatriz y yo éramos novios, un día me contó que su padre la espiaba por las noches, cuando se desvestía para ponerse el pijama. Recuerdo que su padre murió poco más tarde y ella no quiso asistir al entierro.

Entonces cuando éramos novios, una tarde a principios del verano de 1983 fui a casa de Beatriz porqué queríamos ir a ver Orfeo negro en el cine Céntrico. Ella no estaba y me abrió su padre. Me hizo pasar y nos sentamos en el salón. El padre estaba confeccionando una maqueta de la Sagrada Familia con palillos y pegamento Imedio.

El olor del pegamento se me quedó grabado. Dicen -y es cierto- que la pituitaria tiene una memoria prodigiosa. Con la ingenuidad casi idiota del adolescente le pregunté por que espiaba a su hija. El hombre, con movimientos lentos pero precisos, infalibles, se levantó y me clavó más de diez palillos en los ojos. Me dejó ciego para siempre.

13 de juny 2013

El hombre en la esquina


Todo empezó en los primeros días de junio, quizás el 3. Como cada mañana salí de casa apresurado, resoplando por la calle empinada que lleva hacia la estación. En la segunda esquina, antes de llegar al parque que siempre cruzo en diagonal -pisando el césped ante la fachada de la iglesia-, me encontré con el hombre. Una figura estática demasiado abrigada para estas fechas, cubierta con un gabán oscuro. Por un instante creí que me observaba pero luego me di cuenta de que sólo tenía la mirada fija en la dirección por donde yo venía. Me pareció que sencillamente no me veía. Creo que no miraba nada en concreto.

A la mañana siguiente seguía allí. Inmóvil, con la misma ropa. Y así cada día, hasta que me acostumbré a su presencia en la esquina. El día 10 -lunes-, hubo un cambio. Algo blanquecino se movía en su boca. A unos metros de distancia pensé que llevaba una flor pálida prendida entre los dientes, pero cuando llegué ante él descubrí con una sorpresa y un asco enormes que tenía los labios cubiertos por un enjambre de larvas que se se agitaban desordenadamente en su cara. A pesar de tener la boca oculta me di cuenta de que me sonreía displicente. Aceleré el paso y disimulé la contrariedad y la náusea


El día 11 pensé en cambiar mi ruta: al fin y al cabo hay alternativas para llegar a la estación del tren. Pero salí unos minutos tarde y no me podía permitir variaciones, de modo que avancé otra vez hacia la esquina del hombre. Luego he pensado que quizás deseaba verlo de nuevo, ya sea para mirar otra vez aquellos bichos nauseabundos como para -quién sabe- respirar aliviado comprobando que no estaban. Era un día nublado y frío, demasiado frío para la fecha. Sentí que llevaba ropa escasa, y cuando distinguí aquél abrigo oscuro pensé que, dentro de él, habría estado mucho mejor. Las larvas le cubrían la mitad de la cara y apenas dejaban libres sus ojos, que me sonrieron con candidez. Cuando estaba ante él uno de los gusanos se cayó al suelo y empezó a retorcerse de una forma atroz, como enloquecido de dolor. El hombre me suplicaba con la mirada que recogiese la larva. Pero yo la pisé y eché a correr. Luego, sentado en el tren, froté la suela de mi zapato con un pañuelo para borrar aquella mancha de repugnante mucosidad.

Por la noche soñé que iba desnudo hacia la esquina. En el sueño, el hombre era una mujer mayor y gruesa, vestida para ir a la Ópera. Su cara y sus manos estaban cubiertas de larvas, y al pasar ante ella me lanzó unas cuantas en el pecho. Me quedé paralizado viendo como los insectos trepaban buscando mi boca. En la oscura lógica del sueño recuerdo que mi pensamiento era casi de alivio. Como si llevase toda la vida esperando eso. Como si los infinitos sucesos, anécdotas, amores y desamores, problemas y alegrías hubiesen sido leves distracciones en la espera. Como si siempre hubiese deseado el encuentro.

En el sueño sucedían más cosas, pero no las recuerdo.


Me levanté sobrecogido por las imágenes del sueño. Mientras me duchaba me sentí algo mareado y me di cuenta de que mi piel estaba más fría de lo normal. Quizás se trata de una gripe, pensé. Aunque se muy bien que la idea de la gripe sólo quería ocultar algo que yo sabía perfectamente. Me vestí y salí a la calle, y consulté la hora en el teléfono móvil para saber si debía apresurarme. Pensé en que hacía tiempo que no sonaba el teléfono. Hubo una llamada importante hace unos días, con instrucciones precisas. Luego nada. Entonces aparecieron las dudas: ¿dónde estaba el trabajo al que me dirigía? No podía recordar qué trabajo era. ¿Oficinista? ¿Albañil? ¿Corrector de textos?

Al llegar a la esquina vi que el hombre del abrigo y las larvas no estaba. Pero en el mismo lugar había un gran alboroto. Vehículos oficiales con destellos azules, sirenas, megáfonos, gritos. Helicópteros en el cielo. Una ambulancia con las puertas abiertas y una enorme mancha de mucosidad en los adoquines. Funcionarios con uniformes morados correteaban arriba y abajo, se lanzaban órdenes y chillaban a sus teléfonos. Encima de la camilla de la ambulancia se contorneaba una larva de medida humana atada con cintas de color naranja. Un jugo amarillento brotaba de una herida enorme, a través de la cual se descubrían unas patitas semitransparentes con siete u ocho deditos en cada extremo, agitándose entre espasmos.

 

Dos policías de paisano se abalanzaron sobre mi, me echaron al suelo y me ataron las manos a la espalda. Sentí un dolor lacerante en los pulmones. Sin duda uno de ellos había empotrado su bota contra mis costillas mientras el otro me maniataba. Gritaban algo, casi jubilosos, y por la radio alguno de ellos proclamó que habían detenido al traidor: Judas, Judas, escuché como pronunciaba este nombre. Desde el suelo contemplé la amplitud de la plaza y el verdor del césped, una nube fosforescente, la fachada de la iglesia en el otro extremo, ese templo barroco con cuatro columnas retorcidas en la entrada y la imagen del insecto crucificado en el dintel.

10 de juny 2013

El cuerpo de la niña gótica


Hace algunos años leí un texto de Émile Durkheim sobre la anomia de la clase obrera, la pérdida de la conciencia de clase y como eso lleva el mundo hacia un paisaje más bien sórdido. Intenté retener conceptos clave, la tesis principal. Y recuerdo vagamente unos párrafos sobre el cuerpo como sujeto político, sobre el cuerpo como centro de la acción política. Pero lo recuerdo con demasiada imprecisión, vagamente. Como murmurado por una voz lejana durante una siesta calurosa, en una tarde de verano. En la península ibérica somos así, inconstantes y distraídos.

Recuerdo bien, sin embargo, como me levanto con el cuerpo sudado y la visión nublada después de estas siestas veraniegas -que ahora volverán, por fortuna.

El otro día vi un documental sobre la niña gótica que se suicidó en la cárcel. Quería escribir algo, pero no pude. Un dolor intenso, silencioso y profundo me tenía agarrado por la tráquea. Como no podía respirar, tampoco pude escribir.


Hace algunos años tuve la suerte de conocer a niñas góticas y a niños góticos. Eso fue en el otro extremo de la piel de toro. Mis recuerdos me hablan de personas extremadamente débiles o quizás sería mejor decir sensibles. Personas que miran el mundo y no pueden soportar su fealdad. Personas incapaces de encontrar excusas, de formularse mentiras. El mundo es asqueroso y la humanidad es mala. Así de sencillo.

Por supuesto que las niñas góticas se suicidan. Claro que se suicidan. Porque les resulta insoportable el asfalto, las chimeneas de las fábricas, el ejecutivo recién duchado y con carnet del Barça, el burócrata primoroso que pega a su mujer, el policía simpático que organiza barbacoas los domingos. Las noticias de la TV, el cajero de la esquina, el párking del hipermercado. Civilización.

Las ofertas de telefonía móvil, el comercial cocainómano de la inmobiliaria, el anuncio de BMW. La libreta de La Caixa, el run-run del aire acondicionado, el hilo musical. Las colas en el cine, el notario, los maniquíes descabezados en las tiendas de Massimo Dutti, las rebajas de enero. La carne picada del Mercadona, las capsulitas de Nespresso, la megafonía navideña, el anuncio de Marina d'Or -ciudad de vacaciones. Dan Brown, Las 50 sombras, John Travolta, J.K. Rowling, Sebastià Serrano, Salvador Cardús, Iggy Pop anunciando Schweppes.

La sonrisa torcida de Artur Mas, La Vanguardia gratis en el asiento del tren a las 6:30 de la mañana, el barrigón cósmico de Oriol Junqueras, las prostitutas en el área de descanso de los camioneros, el bocadillo de mortadela en la papelera del colegio, la targeta VIP del Carrefour, los perros muertos en las cunetas, los parques temáticos, Lionel Messi. El farmacéutico quejica, el jubilado ludópata, el funcionario putero. El maestro represor, el barman alcoholizado, el ama de casa colgada con Stilnox, Herbalife y Telecinco. El hombre guapo y joven que se marchó del trópico para vender seguros del hogar en Manlleu, Vic y Torelló. Civilización, cultura.

Los perros muertos en las cunetas como los sueños de cuando era un niño. Un niño perro gótico.

Hemos construído un mundo infinitamente horrible, y cabe la posibilidad de que yo haya sido un operario más, otra pieza de esta construcción. Esto es lo más horrible que podría llegar a pensar. Y si algún día lo pienso, se que a continuación solo voy a desear ser una niña gótica.

Es así como uno comprende que el suicidio es la acción política más radical imaginable. Cuando uno decide la supresión del cuerpo en el mundo.

No recuerdo nada concreto de Durkheim, lo lamento. Perdí aquel libro. Me quedo con mis pequeñas muertes de las siestas de verano, mi impulso destructivo cada vez que fumo, mi inquieta fascinación por la mujer de Hezbollah que camina hacia el puesto fronterizo del ejército israelí.

_______________
Mi intención era publicar hoy un cuento de terror, con unas ilustraciones que hice el domingo. Pero la niña gótica ha alterado mis planes por completo, y ahora ya no puedo saber qué día voy a colgar mi cuento. Porque los cuentos son solo cuentos, y la vida es otra cosa.

9 de juny 2013

Patricia según Juan

Este magnífico texto pertenece a Juan Cruz, del blog La banda de los 4





1
Aquí nadie te olvida.


2

Escribo con la certeza de saberte cerca. Tu memoria es la mía y prometo recordar. Aquí, testimonio. Aquí, abrazo a los que luchan y son los míos y siempre están cerca. Aquí, pero también fuera, dar un paso al frente y alzar la cabeza, no esconderse. Podría haber sido yo. Podrías haber sido tú, lector. Una joven poeta muerta por su propia mano. Una joven asesinada por los de siempre. Hijos de la gran puta. Odio eterno a los que nos la arrebataron.


3
Poetas hiperviolentos que recorréis las calles, acordaos de Patricia. Firmad vuestros poemas con un puñetazo. Apagad el fuego, vuestra sed de vida, con un corazón ancho, capaz de hundir a los mediocres, a los que miran para otro lado, a los que callan; un corazón profundo, que nos afirme a todos, que nos secuestre de esta realidad de mierda. Poetas hiperviolentos que escribís en plena madrugada y así escapáis de este desastre, acordaos de ella cuando les miréis de frente. Nunca derrotados. Nunca vencidos. La otra vida sepultada recorriendo vuestras venas. Todas las guerras perdidas y las revoluciones traicionadas. La historia negada por la cofradía del dólar. La memoria de los justos, eso, precisamente la memoria de los bénditos, de los que no hirieron a nadie, ni pusieron una soga en el cuello de los condenados, eso, en vuestros cuadernos, pero también fuera de ellos. La rabia fuera de los recuadros. Vivid, así, con mayúscula sorpresa. No les deis el gusto de veros hundidos. Y mirad al sol de frente.


4
Tus amigos te han ocupado un cine, le han puesto tu nombre. Ya se ha proyectado el documental. Queremos que paguen todos los que hicieron que te mataras y que los demás comieran tantos años de cárcel, perdiendo media juventud entre rejas. Decir es demasiado poco. Vamos a hacer que paguen. Veo a los poetas hiperviolentos armados del coraje que jamás podrán arrebatarles los señores de la mercancía. Veo a los poetas hiperviolentos multiplicándose, salvajes, prendidos a las sombras, como figuras expresionistas. Llevan los versos de Patricia tatuados en la mano.


5
Y ellos tampoco. Te lo decía al principio. Ni aquí ni allí, Patricia, nadie te olvida. Mantendremos tu recuerdo intacto. A veces el viento arrastra el olor descompuesto, pero sólo a veces.




6 de juny 2013

Ligotti en directo


Sólo palabras de Thomas Ligotti, publicadas por Valdemar, con traducción de María Lila Murillo. Uno de los mejores cuentos extraños que he leído en la vida. Va por ustedes.

4 de juny 2013

Thomas Ligotti, Josep Bonastre y el horror sin nombre


Es necesario hablar de la ciudad impostora. Nunca se planea llegar a este lugar. El destino siempre es otro. Sólo cuando se llega al final del viaje demasiado pronto, o a través de una extraña ruta, pueden surgir las sospechas.
Así empieza el cuento Nuevos rostros en la ciudad, Thomas Ligotti, en Noctuario (Valdemar 2012). Un relato de interpretaciones múltiples, laberínticas. ¿De qué fenómeno es metáfora esta ciudad impostora? Quizás no sea ninguna metáfora -he aquí el horror- quizás sólo es una descripción minuciosa aunque breve de la ciudad en donde vivo.

El mismo día en que leí este cuento, por la tarde, salí a pasear por el bosque más cercano a mi piso, en los límites de una ciudad pequeña, pobre y provinciana. Me metí por un camino desconocido hasta encontrarme de repente, y tras una curva cerrada, con un montón de trastos rotos: el tambor de una lavadora, sillas de madera podrida, ropa de abrigo, pequeños electrodomésticos anticuados.


Entre los pinos se descubre la silueta de una casa prefabricada, madera de pino y tejas de pizarra. Está medio arrasada: una parte de la casa ha sido derribada por una excavadora pequeña -aparcada más abajo- y ahora el bosque acoge y oculta centenares, miles de restos del hombre que vivió allí. Hay recibos de teléfono, facturas de un Centro Excursionista, pequeños poemas y fragmentos de un diario. La letra (en bolígrafo azul, apuesto por un Bic cristal) es limpia y temblorosa, sin duda de un hombre mayor o maltrecho por la salud (que sin embargo conservaba un amargo sentido del humor:
Campanillas, campánulas. Las he visto todo el día, por todas partes. Florecen en abundancia. Yo creo que repican todo el tiempo, aunque no las puedo oír. Posiblemente porque hoy no me he lavado las orejas.
Josep Bonastre Lloveras vivió aquí no se sabe cuánto tiempo, ni desde cuando ni por que motivo ya no está. Alguien ha ordenado el derrribo de su pequeña mansión dentro del bosque. Hay un olor a podrido y a viejo, a humedad rancia, a excremento de roedor. Ando en círculos alrededor de las ruinas. Contemplo la libreta de La Caixa, la factura de Movistar. Me retumban las palabras de Thomas Ligotti:
A través de la niebla, que flota espesa e inmóvil, la ciudad poyecta los rasgos de su verdadero rostro. Pardos edificios ruinosos aparecen en las calles que se extienden sin orden alguno como grietas entre piezas de un enorme rompecabezas. Las oscuras casas se comban; no son ni de piedra ni de madera; la superficie podría ser perfectamente de carne putrefacta que cede...
Detrás de la casa encuentro un colchón de espuma, con una funda de color azul y manchas marrones, malolientes. Hay algo debajo, un bulto. Levanto el colchón con la punta del zapato y mantengo la respiración suspendida. Es un montón de harapos, ropa hecha girones y poseída por un ocre rojizo que la convierte en una masa homogénea, algo así como una cadáver de tela, la putrefacción de un muñeco horrible.
Algunos edificios son meras fachadas apoyadas sobre un vacío. Otros falsifican sus interiores con burdas escenas pintadas donde debieran estar las ventanas. Y donde aparecen ventanas reales hay con toda probabilidad algún brazo colgando de ellas, un brazo oscilante y de peluche con una mano con muy pocos o demasiados dedos.


1 de juny 2013

Els fantasmes de Can Junqueras, B-124


He dubtat: podia aprofitar que els espectres apareixen aprop de Can Jonqueres per burlar-me d'un polític, de la seva condició fantasmal. Però no ho faré. Estic tip d'aquesta gent. Cal obrir els ulls als fenòmens fascinants i meravellosos, al sol de la primavera, als núvols.

Vivim un cop i d'una tirada. No podem badar ni embrutar-nos la mirada amb la mesquinesa.

Fins i tot a les carreteres hi ha poesia. Vaig resseguir la B-124 entre Sabadell i Castellar quatre vegades. Vaig deixar el cotxe en un camí i vaig endinsar-me entre els pins. No hi ha res com perdre's per camins dins dels boscos, res com perseguir ombres entre els arbres i caure adormit finalment en una taca de sol damunt l'herba.