29 de set. 2012

Karl Drakula Marx


La curiosidad mató al gato, dicen. Y la necesidad también, añadiría yo. Porqué el gato es más curioso cuánto más hambriento está. Porque fue la necesidad -y no el placer ni la intención- lo que me llevó a aceptar un trabajo (vamos a dejarlo en ocupación) a media jornada, en aquélla agencia inmobiliaria discretamente emparentada con La Caixa.
-Querido Jonathan Harker, hace unos años eso era una fiesta, una orgía perpetua -rebuzna el viejo, dueño de la empresa. Y luego se calla y suspira, lo que debe significar ahora es un funeral.

Lo se: llegué muy tarde al negocio inmobiliario, pero eso al fin ya no me preocupa: de alguna forma tenía que salir del paro atroz. He comprendido y aceptado, resignadamente, que mi tardanza es muy anterior: me hubiese gustado nacer en el siglo pasado o incluso antes, en tiempos del emperador Adriano. Y en otro país, eso es obvio. El país que me ha tocado me parece pequeño, mezquino y avaricioso. Despojado de bondad. Me ha tocado y me aguanto, eso es todo: no me pidan albergar llamas nacionalistas en mi débil corazón de clase baja, porqué no las albergaré.

-Vivimos tiempos jodidos -confesó el patrón- Y ahora debemos proceder a grandes sacrificios. Cada uno debe llevar su cruz. Y la suya, señor Harker, es largarse a vender unos terrenos baldíos a un señorito de Transilvania, un pájaro que se hace llamar Conde Drákula porqué es presuntuoso, cabrón y vampiro.

-¿Transilvania...? Eso está muy lejos -refunfuñé- Y mi novia Mina se va a mosquear.
-Mándela a pasar una temporada con su amiga Lucy Westenra, la bella y pálida depresiva de Whitby.


Tiene razón esta vieja rata: Lucy es bella. Y su palidez -junto a la depresión- sólo acrecientan su belleza. Lucy tiene un enorme excedente de atractivo, y esa plusvalua le permite aumentar su valor bursario de tal modo que atesora activos variados, y así dispone de tres amantes. Todos ellos de clase alta, todos caballeros, todos bien situados: sólo hay que decir que dos de sus amantes son antiguos empleados de Lehman brothers y un tercero campea en Caixabank, y cena a menudo con los señores Andreu Mas-Colell y Josep Sánchez-Llibre. El guioncito entre apellidos siempre indica cierta maldad, es un indudable indicio de hijoputez.

Como era previsible, el Conde D. resultó ser un tipo listo, uno de esos especuladores que nadó guardando la ropa y que ahora impone sus leyes. Cosechó algunas pérdidas durante la Depresión (la económica y global, no la anímica y específica de Lucy), pero supo solucionarlo chupando sangre barata. Incluso llegué a sospechar que no fuese uno de esos judíos de New York tan avispados.

Sabiendo que yo era un tipo de clase baja y él marqués o conde -o sencillamente adinerado-, huelga contar el resto de la historia. La historia, como todas las historias, terminó mal. Por más que escriba cartas, correos electrónicos y demás, la cosa acabó mal. Muy mal. Por más que Marx intuya una dirección favorable a los pobres en el devenir histórico, en mi historia no fue así.


Lucy murió, luego fue una no-muerta y al fin murió del todo por obra de un tipo malsano, el señor Abraham Van Helsing. Era holandés, y con esto está todo dicho: holandeses y alemanes son la misma cosa mala (y si además se llama Abraham ni te cuento). Mina se quedó como traspuesta para siempre jamás. Hechizada, para entendernos. Y yo deprimido, dependiente de imposibles rescates o transfusiones de sangre. Y pobre, pobre con avaricia.

Si por lo menos el conde me hubiese convertido en vampiro ahora no me vería en la pena del subsidio y tendría el recurso de chuparles la sangre a los que están por debajo de mi. Porqué aunque parezca imposible, siempre los hay


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Las imágenes -excepto la última- están vampirizadas de los films: Nosferatu (F.W. Murnau), Evil Dead (S. Raimi), y Frankenstein (J. Whale) todas ellas encontradas a través del blog imprescindible Vida de perras

26 de set. 2012

Piedad

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de àrbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído, a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después.
Juan Rulfo, Nos han dado la tierra 




-Creo que debemos distinguir entre piedad y compasión -dice mi profesor encanecido, con ese andar pausado y triste que le ha brotado con la edad, deambulando por la calle de Santa Ana entre muros un poco góticos- Pongamos un ejemplo: el inquisidor Torquemada era piadoso, pero nada compasivo. Creo que sucede algo similar hoy en día: sus señorías los diputados y diputadas, ministros y consejeros autonómicos son demócratas, pero poco o nada democráticos. Ya me perdonarán el excurso...

Claro que se lo perdono. Además: ¿no es demasiado evidente? Creo que ese bigote blanco impoluto, elegante y bien recortado que luce hoy el viejo profesor era negro azabache años atrás, cuando él era un seductor cuarentón y yo un prometedor alumno de veintitantos (las promesas fueron vanas, como siempre), sentado en la segunda fila de los prudentes. A él le echaron de la universidad, y yo terminé. Ahora le da clases a quién le quiera escuchar por las callejuelas y al cabo le pagamos bocadillo y refresco (tortilla de patatas y caña).

Creo que el viejo profesor es buena persona y está repleto de buenas intenciones. Incluso lleno de ideales bellos y bien ordenados, como bien dispuestas están las sardinas en la lata. Viéndole andar así, peripatético con sus alumnos, deambulando, uno revive el famoso fotograma del Novecento de Bertolucci que hoy decora paredes nobles porqué en los pisos humildes se prefiere la imagen de Shakira, la de piel de aceituna.

Creo que cuando yo era pequeño -o ingenuo, eso da lo mismo- confundía piedad y compasión. Podría decir que la confusión se resolvió porqué comprendí los conceptos, aunque no estoy muy seguro de que mis emociones se hayan enterado del acierto mental. Pero creo -con argumentos- que el mundo era mejor cuando yo era pequeño. Aunque bueno, uno luego se acostumbra.

Siento el recuerdo de un film: Un monde sans pitié, de un tal Eric. Creo que se me soltaron las lágrimas en la butaca del cine de barrio, donde ahora han puesto un Zara. Roser me contó que se echó a llorar ante la escultura de la Pietà de Michelangelo, cuando estuvo en Roma. Fue en su viaje de final de carrera, en una Roma sin duda rosselliniana que imagino a partir de los fotogramas de Europa 1951, con esos lagrimones en las mejillas de Ingrid.

Creo que alguien, irónico, ironiza sobre la escultura de la Piedad, ya que más que madre e hijo parecen amantes. Jesús y su madre parecen jóvenes en una misma juventud, y eso levanta la ceja en las mentes sardónicas e iconoclastas. Quizás los contemporáneos tenemos más prejuicios que los de antaño y nos defendemos con el humor ¡yo que se!. Bueno, creo que eso no tiene importancia. Es evidente que el escultor usó modelos jóvenes, de acuerdo. Pero ella llora y él está muerto.

Piedad, piedad. Para el hijo cuya madre ha muerto existe el nombre de huérfano. Sin embargo, la madre cuyo hijo ha muerto no tiene palabra que la defina, creo.

-La frase que me emociona de este libro es... -dijo Roser mientras buscaba la frase, pasando páginas con un desasosiego creciente a medida que no la encontraba- Dice más o menos: padre, ¿porqué me ha abandonado?

Creo que yo, en este instante, agaché la cabeza, horrorizado. Creo que empecé a leer cuentos de terror gótico para construirme la ficción de que el terror era una ficción.

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La música del video es de Ludvig Van (Egmont) y el profesor está remotamente inspirado en Lluís Quintana, autor de Més enllà de tot càstig i profe de mi época en la facultad. Que yo sepa, no le han echado de ninguna parte.


24 de set. 2012

La herencia

Y allá voy. Les contaré esto sin apuraciones. Despacio. Al fin y al cabo tenemos toda la vida por delante.
Juan Rulfo, La herencia de Matilde Arcángel





Andaba yo unos días atrás ensimismado, leyendo y hablando de las cosas de la política de mi país como si eso fuese realmente interesante. Me sentía extraño: en vez de caminar por el mundo, alguien me había plantado en la tierra como se planta una lechuga. Una vez en el paro tenía mucho tiempo para vivir ocioso, pero se me pasaban los días del alba hasta la noche como abandonado a un vendaval silencioso. Para el hombre de clase media y mediana edad resulta difícil aprender de repente que la pérdida del trabajo regala libertad, la ofrece como el horizonte del desierto, del llano enorme. Y en ese llano incendiado uno debería saber hacia dónde quiere andar. Sólo se pierde el que se queda quieto. Y ese era mi caso.

Escribía, es cierto. Pasaba muchas horas escribiendo y en las pausas leía, o miraba películas. Aunque también debo confesar que miraba algunos programas de televisión poco edificantes y nada sesudos, de dudoso buen gusto incluso. Así me enteré, por ejemplo, de que las corrientes telúricas del imaginario medieval están relacionadas con vetas de un mineral riadioactivo, el radón. Definitivamente, hemos avanzado mucho en las cosas de la ciencia.

La tarde del último miércoles la pasé yendo y viniendo de los relatos de Juan Rulfo al prólogo de Las noches lúgubres de Alfonso Sastre. Mientrastanto, las nubes se habían cerrado de repente sobre la pequeña ciudad de provincias en donde resido. Fue durante esas horas cuando de pronto un bullicio inesperado inundó las paredes. Alguién estaba armando bulla en la escalera. Las puertas de mis vecinos se abrían y el griterío se multiplicaba como el eco de una tormenta de verano. Vencí mi pereza, cerré el libro y me asomé con cautela.

Desde el quicio de la puerta descubrí a mi madre discutiendo airadamente en el rellano de abajo. Señalaba con el dedo índice la nariz de la vecina del primero primera mientras le gritaba algo que yo no podía comprender. Me resultaba muy raro ver a mi madre en esa actitud -ella es muy comedida siempre, y creo que jamás la he escuchado levantar la voz. Hubiera negado que fuese ella. Sin embargo, el timbre de su voz la identificaba, resultaba indudable. Entre paréntesis: si me resistí unos instantes a admitir que era ella se debe a que mi madre murió en enero de 2010.

Descendí el tramo de escaleras, la abracé levemente por los hombros, me disculpé con la vecina y le conté que se trataba de un malentendido, que ella es mayor y andaba desorientada, etcétera. Acompañé a mi madre hasta el piso, la senté en la mesa del comedor y me fui deprisa a la cocina a preparar una infusión mientras intentaba -en vano-, ordenar mis ideas. Resultaba difícil mientras ella seguía refunfuñando, y aunque más calmada, me acusaba a mí y a otras gentes de desastres que no comprendía muy bien. El agua tardó en hervir los minutos de rigor, pero a mí me parecieron escasos. Escuchaba sus palabras y me daba cuenta de que no iba a encontrar argumentos para razonar con ella. Todo en mí le parecía mal: la novia que tengo, mis textos, que esté en paro sin haberlo peleado, mi actitud ante determinados hechos. Me echaba en cara que escriba en castellano en este blog.
-¿Crees que no lo leo? ¿Piensas que no leo las cosas que escribes?

Pero el agua hirvió y ella es mi madre, de modo que llené las dos tacitas y me encaminé hacia el comedor. Bebimos. Bebí despacio, con la mirada agachada. No me justifiqué, y permití que ella terminase con sus agravios. A pesar del dolor que me inflingían sus palabras fui capaz de darme cuenta de un cambio. Sudecía despacio, pero se calmaba. Se serenaba lentamente.

-A veces me cuesta creer que seas mi hijo. Y tu padre también lo dijo una vez. Creía que se había equivocado en algo, que te había educado mal. Porqué parece raro, parece raro que seas mi hijo.

Yo me sentía arrastrado a un abismo de luz y de piedad, arrebatado por una mezcla de amor y de agradecimiento. Por haber recibido su visita. Intuía cuán arduo debía de haber sido el viaje, cuántas enormes dificultades debía de haber superado ella para llegar hasta mi, para transitar la perplejidad y los mundos disonantes. Creo que en aquellos momentos pensaba algo así: que mi vida era demasiado pequeña y vulgar como para merecer su visita. De modo que me levanté, me acerqué al sofá y recogí el libro de Juan Rulfo.

Me senté de nuevo a la mesa.
Levanté un instante la mirada para comprobar que ella seguía allí.

-Vamos a pasar el resto de este tiempo escuchando un cuento -murmuré- No tenemos prisa ¿verdad? Ninguno de los dos andamos tomados por las prisas.

Abrí el libro por la página que llevaba el punto. Carraspeé y empecé a leer.
Después ella me dijo, ya de madrugada:
-Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor. 

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El texto leído en el vídeo es un fragmento del prólogo de Las noches lúgubres, debido al mismo autor, Alfonso Sastre. Editado por Argitaletxe Hiru, Hondarribia (Guipúzcoa), 1998.


22 de set. 2012

Hoja de ruta

Ilustración de El Roto en El País, 20 de septiembre de 2012

1. [Mañana. Saloncito burgués. A través de un gran ventanal se ve un jardín ligeramente inglés].

El Virrey entra y se pasea alrededor de una mesa dispuesta con elegancia para el desayuno. Está asustado y nervioso. Mira el zumo de naranja, toca los bollos con las yemas de los dedos pero no prueba bocado.

Piensa en los señores feudales, que llevan días arengando a los pueblos del interior. Es eso lo que le asusta. Porqué nunca se sabe qué harán las masas populares una vez han perdido el miedo y se han echado a las calles.

Ayer mismo el virrey pronunció las palabras oportunidad histórica en público. Y luego se dio cuenta de que, mientras las pronunciaba, se había meado encima.


2. [Mediodía. Calle soleada].

Ricardo entra des de la derecha y camina hacia los contenedores de basura, a la izquierda. Mira alrededor y luego los abre, se agacha en uno de ellos y saca algo que mete enseguida en un bolsa de deporte Adidas. Lleva quince días revolviendo en los contenedores y empieza a descubrir sus secretos, sus horarios. Los del Eroski antes echaban las sobras en el contenedor de la esquina, enfrente del establecimiento. Pero des de hace un tiempo la traen hasta aquí, dos calles más abajo, posiblemenete para evitar que los rebuscadores se paseen ante la puerta.


3. [Atardecer. Sótano. Por el pequeño tragaluz se distingue el color malva del cielo, pero el espacio está iluminado por dos fluorescentes colgados del techo].

Entre el humo de tabaco y las botellas vacías el pequeño grupo guarda un rato de silencio. Se frotan los ojos cansados, tosen, se secan el sudor de la frente. Pasa un minuto en silencio y luego uno de los hombres murmura:
- Sumisión de la razón a la acción y la voluntad, nacionalismo identitario con componentes victimistas, identificación de enemigos, componente social interclasista, negación a situarse a la derecha o a izquierda... eso ya lo vimos hace años, Europa se llenó de eso...
-Si, es cierto -responde una voz fuera de plano- Pero el asunto es que tenemos un proceso de cambio en marcha y no podemos permitir que lo manipule el Virrey ni los señores feudales.

El que había hablado primero baja la mirada y se rasca la nariz. 

20 de set. 2012

¡Nos la hemos follado!


-¡Nos hemos follado a la rubia! ¡Sí señor, nos la hemos follado!
Lo dice el hombrecito enardecido, con las axilas sudorosas y la respiración exaltada. El último fotograma de Zorras ardientes en Río se funde en rosa y el rosa inunda la pantalla, se extingue y aparecen letras que forman nombres. Él sonríe y mira a los lados buscando complicidad aunque la habitación esté vacía. Como no encuentra otra mirada contempla el cuadro del cazador inglés abatiendo a un ciervo que lleva tres décadas en la pared, esa partida de caza infinita que no cesa, ese animal siempre predispuesto a la muerte, esa mueca aguerrida del cazador ajustado dentro de una levita roja, de rojo inglés, ligeramente afeminado.

El hombrecito se levanta, abre el frigorífico de soltero, abre una lata de cerveza Dia y le pega un buen trago, y se deleita en ese aullido de las burbujas abriéndose paso por las tuberías digestivas. Se sienta de nuevo mientras recoge la gota que surfea la barbilla, escucha el canto del líquido estallando en el estómago y rebajando unas décimas la temperatura corporal. Lanza el kleenex a la mesita y todavía le brillan las pupilas encendidas por la emoción. Bebe otra vez y se arrulla en el sofá como un gato viejo y satisfecho. En la pantalla se terminan los créditos y dan paso a un color uniforme y tedioso, un gris marengo como de niebla en los páramos cerca de la ciudad. Busca el mando a distancia, pulsa un número al azar sólo para salir de ese color asqueroso y contempla un documental sobre hombres que persiguen y matan cocodrilos, en los pantanos cerca de New Orléans.

En este instante le sobreviene un dolor leve en el pecho, una tristeza rencorosa.



-¡Hemos ganado! ¡Con dos cojones, les hemos ganado!
Exclaman Javier y Susana, repentinamente tomados por el impulso de abrazarse. Y se levantan y se abrazan enmedio del comedor ante los amigos, inesperadamente. Durante el abrazo a Susana le viene a la mente algo raro y perdido porqué esa fuerza en el abrazo, esos brazos de Javier tan elásticos y prensiles no los sentía desde tanto, tanto tiempo atrás. No recuerda cuál fué la última vez que Javier le abrazó así, con las venas hinchadas, con el corazón palpitante. Quizás fue aquélla tarde de otoño, en 2007 -ella tiene una memoria excelente para las fechas y las efemérides-, en la carretera del rompeolas. Pasó un coche y les alumbró con unos faros azulados, casi místicos.

Los amigos también están de pie y aplauden al delantero de los nuestros que acaba de marcar el gol definitivo: el equipo extranjero está abatido y exhausto. Con la cabeza gacha y los ojos derrotados retroceden, miran con miradas perdidas al cielo inclemente, intentan huir del grito despiadado del público. David, que se ha quedado en el sofá, recuerda vagamente un cuento de Julio Cortázar. ¿Cómo se titulaba? Debe de ser Todos los fuegos el fuego, un cuento que hablaba de los gladiadores en el circo de Roma o algo así. David observa, casi congelado como la esfinge, esa mirada de Susana. No sabe qué significa. Desde que se acuesta con ella -los miércoles alternos mientras Javier juega al pádel- jamás ha visto una mirada tan húmeda y brillante en sus ojos marrones. Y en ese momento, David se compadece del equipo extranjero y perdedor sin saber porqué.



-¡La independencia nos hará libres y seremos más ricos!
Y el hombre se levanta. Es una persona comedida y no le gusta soltar puñetazos encima de las mesas, por eso sólo subraya la frase levantándose de la silla. Se levanta y repite la consigna porqué es lo que piensa. Y no tan sólo es lo que piensa: se lo dice su corazón, y su corazón no le ha engañado jamás. Y además eso lo dicen todos los corazones, según la prensa. El hombre está decepcionado con su amigo, porqué su amigo no parece entusiasmado: ¿dónde debe de estar su corazón? ¿Es que acaso el corazón de su amigo no late al ritmo de la patria?

Esto sucede en el Telepizza de la calle de San Tomás, en el corazón del barrio de Can Anglada de la ciudad de Terrassa. La tarde ha caído y las sombras deambulan tras los cristales. Los chavales van tomando posiciones entre la penumbra. Allí estan Ízan y Fouad y Bilal, amigos desde hace tres días. Ízan les confiesa a sus colegas que tiene hambre. ¡Hambre! piensan los otros dos. ¿Qué coño sabrá este tío del hambre? En este preciso momento cruza la calle un rugido inconfundible. Es el Toyota Celica negro que surca cada noche la calle a la misma hora, lanzado como si el infierno le esperase con una promesa radiante día tras día, como maldito. Los tres chavales se callan y fijan sus pupilas en la silueta más bella que jamás hayan visto sus ojos de agua. Por un instante -una décima de segundo- los cristales del auto les han mostrado sus miradas y cada uno de los tres ha tenido una visión, como en sueños.



18 de set. 2012

El caso García Balmaseda (un relato independentista)

Después de divulgar esta cinta, me veo en la terrible situación de suplicar el asilo político en el país que me lo pueda ofrecer.


Quién piensa que vivimos malos tiempos para la lírica anda equivocado. Estos tiempos son malos para la prosa, pero están llenos de poesía. En la calle hay poesía terrible y amarga, aunque lúcida. En los palacios hay poesía épica, llena de estandartes y banderas de sangre, dolor y muerte. Y en el palacio de mi desdichado país hay, además, poesía patriótica y colorista, ridícula como un pareado fatigoso.

Nada de esto es nuevo. Proclamaciones y banderas nacionalistas ondearon décadas atrás, siglos atrás, y se llevaron vidas en su agitado ajetreo. También auparon fortunas y nobles familias, aunque el pueblo permaneció en la miseria, cualesfuesen sus señores. Hoy, otra vez, los señores dictan las proclamas patrióticas, repentinamente deseosos de llevarnos tras su destartalado estandarte.

El documento que presento hoy pone en cuestión si los señoritos de hoy no son más que una reencarnación oscura y lúgubre que ya estuvo en el mundo décadas atrás. Si la hipótesis fuese cierta, nos encontramos ante un viejo problema, y ante un horror antiguo y salvaje. El documento en video no es apto para personas aprensivas o cardíacas, no iniciadas en el cine gore -y lo digo muy en serio. He avisado: no se aceptarán reclamaciones.




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Nota: la filmación pertenece a The black door, Kit Wong, EEUU, 2001. Película muy recomendable para los seguidores del cine de terror. Este post es, por lo tanto, un homenaje a esta cinta.

15 de set. 2012

Ministerio Tarotista de Trabajo y Beneficencia


-Buenos días, dime, cariño.
-Buenas tardes, llamaba porqué estoy en el paro y busco...
-Buenas noches, cariño. Un segundito y le transfiero la llamada al asesor privatizado que me ha indicado.
-Perdone, señorita, pero yo no le he indicado ningún asesor...


-Nuestras líneas está ocupadas, manténgase a la espera, nuestras líneas está ocupadas, manténgase a la espera. (Música de Wagner).  Nuestras líneas está ocupadas, manténga (clic). Cariño, he cortado los naipes por la izquierda tal como me has dicho, pero por ahora no me sale trabajo... espera... (música de Wagner, otra vez la misma). Pero me sale que le pongas una vela a la Virgen del Rocío. Debes tener fe en ella. (Música de Brahms y pausa) Eso un mensaje del nuevo ministerio de tarot, trabajo y asuntos sociales, recientemente transferido a las comunidades autónomas, comunidad foral de Navarra y al Consorcio de Inversores Unidos (Cataluña). El coste de la llamada es de 2,42 euros por minuto, que se le cargarán a su cuenta del IRPF. Si está usted en el paro, se le descontará del próximo pago del subsidio. Si usted no es perceptor de ninguna bonificación, deberá proceder al pago en el estafeta de correos, y si no tiene dinero debe acudir al bosque más cercano a su domicilio y limpiarlo durante el tiempo resultante de la siguiente operación: por cada euro endeudado, dos coma cinco horas de trabajo. Si reside usted en el extranjero, diríjase inmediatamente al Consulado alemán de su población. De acuerdo con la normativa europea de Transparencia y Translucidad, se le informa de que el importe de su aportación será desglosado de la siguente forma: un 53 por ciento se destina al sufrago de Bankia (pulse almohadilla) o La Caixa (pulse asterisco); el 27 por ciento a nóminas de empleados públicos, incluyendo diputados y sus asesores; un 12 por ciento a compra de material antidisturbios, un 8 por ciento a la promoción de iniciativas emprendedoras (Eurovegas y casinos de Port Aventura), y finalmente, el porcentaje restante se destina íntegramente a asuntos sociales (sanidad, educación y asistencia a desfavorecidos). Muchas gracias por su aten...

Cuelgo el aparato, aunque creo que ya es tarde para evitar el pago. Y luego suelto un puñetazo estéril sobre la mesa que sólo asusta al vecino del primero.

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Eso puede parecer una broma y en cierto modo es una broma. Incluso macabra. Sin embargo no lo es para quién busca trabajo. El que escribe lleva tiempo en ello, y ya está dispuesto a trabajar en lo que sea. Mientras tanto, escribe.

13 de set. 2012

Padre nuestro


0. El anarquista se murmura a si mismo, en el duermevela de una tarde calurosa, que quizás pasa algo cuando asoma una esperanza de desorden. Gente en las calles, protesta. Son conceptos y palabras que tiempo atrás vibraban. El pueblo, revolución. A lo mejor un estado debilitado e inmaduro es el escenario ideal. Es muy raro -murmura para sí mismo- que esos señoritos arenguen al pueblo para que salga a las calles. ¿Qué deben haber previsto ganar con ello?

1. Desoyendo los sermones de su padre, se metió en política. A finales de los cincuenta y en España, meterse en política tenía un significado muy distinto al actual, y se refería a militar en alguna organización clandestina. Las personas que tomaban esa opción llevaban una parte de su vida oculta, debían contribuir con dinero a la causa y se arriesgaban, por lo menos, a visitar las comisarías y los calabozos del régimen -como a él le sucedió en varias ocasiones.
Muchos años más tarde, ya mayor y enfermo, pensó que se había equivocado en algo.


2. -Hijo, me metí en política porqué la guerra la ganaron los fascistas, y al día siguiente de la victoria los señoritos catalanes le dijeron al pueblo: andar a trabajar, aquí no ha pasado nada. Cuando murió Franco estábamos preparados para asaltar los palacios, pero los señoritos le dijeron al pueblo: andar, salir a la calle a pedir la autonomía. Verás como los señoritos le van pidiendo al pueblo que se calle o que grite, en función de intereses que sólo ellos manejan.

-Los pobres no podemos permitirnos el lujo de hacer revoluciones nacionales para los señores, si antes no hemos hecho una revolución socialista para nosotros -me susurró una vez, aunque con otras palabras ensombrecidas por la dificultades derivadas de la terrible enfermedad-. Nos va la dignidad. Acuérdate de eso, o te va a pasar lo que me pasó a mi.

3. La relación que uno tiene con su padre tiene algo que ver con el asunto de la patria, ya que ambas palabras no comparten etimología por casualidad. El patriotismo -como el amor a un equipo de fútbol- es una aprendizaje sentimental que se desarrolla en casa, y normalmente inspirado por la figura paterna. Uno piensa, ingenuamente, que en el proceso natural de rebelión contra esa figura, deberían caer los tótems y aparecer algunas cuestiones: ¿qué significado tiene para mi haber nacido aquí? ¿qué significa haber nacido en una casa pobre aquí o más allá? ¿qué me une y qué me distingue de un pobre del pueblo de al lado, y de un rico de mi pueblo?


4. Ayer un niño le preguntaba a su padre: -Papá, si Cataluña es independiente ¿el Barça ya no jugará en la emocionante liga española?. -Tranquilo, hijo -repondió el viejo, acariciando la cabeza rubia del vástago- Buscaremos la fórmula para seguir en la liga, porqué nos da buenos dividendos. Además: no hay nada imposible y todo se puede hablar, es una cuestión de precio.

5. Los cinco hombres, con impolutos trajes muy elegantes, abandonan el restaurante y vuelven a la sala de reuniones. La mesa espera, llena de hojas con ideas y frases, esquemas, listas de palabras-clave, diagramas de flujo, enormes sumas redondeadas con ceros abundantes. Se llamaron para convocarse enseguida, en cuánto vieron por televisión que el pueblo les había obedecido de nuevo y había salido a las calles ordenadamente. Hay un enorme negocio a la vista, se susurraron al teléfono, y debemos ser los primeros. Son los padres de la patria.

6. El viejo anarquista se murmura a si mismo, en el duermevela de una tarde calurosa, que quizás hay algo bueno en el movimiento de masas, cuando asoma una esperanza de desorden. Secesión, gente en las calles, protesta. Son conceptos y palabras que tiempo atrás vibraban en esa piel marchita. El pueblo, revolución. A lo mejor un estado debilitado e inmaduro es el escenario ideal. Pero él lleva días intentando imaginar qué significa albergar un cáncer en los huesos, cómo debe ser visto en un microscopio, qué formas y colores nuevos hay en lo más interno de su cuerpo.

10 de set. 2012

11-S


El barco estaba atracado en el muelle número trece. El número trece inquietaba a los seguidores de Étienne, que se habían vendido todas sus pertenencias para comprar un billete en el barco que les llevaría a la Nueva Icaria. Se vendieron todo lo que tenían y luego se embarcaron en el puerto de Le Havre, -un puerto oscuro y sucio- con destino a Nueva Orléans. Muebles, ropas, libros. En la Nueva Icaria no iban a necesitar nada de eso.


La Nueva Icaria estaba ubicada en el territorio conocido como Louisiana, en recuerdo de un rey francés y efímero. Pero Louisiana resultó ser un terreno pantanoso, habitado por cocodrilos y mosquitos. Esos bichos -diminutos, y tan numerosos y brillantes como las estrellas del cielo- transmitían enfermedades terribles. Nadie llevaba medicinas.


A quién les vendió el terreno a los icarianos se le olvidó contarles que el territorio estaba habitado por sus habitantes autóctonos, una gente rara a la que les llamaban indios, porqué esa era la forma de nombrar a los pueblos de ultramar -unos tipos emplumados y austeros, de costumbres bárbaras como si odiaran la herencia romana-. Los embarcados eran franceses, ingleses y cuatro españoles -catalanes de Barcelona, para más señas. Nadie escribió novelas ni rodó películas, y ahora todos andan muertos. Todos muertos entre Texas y New Orléans, adonde algunos regresaron exhaustos y se dieron al bourbon. Una vez extinguida la utopía, les esperaba el sueño emponzoñado del alcohol que endulza la sangre amargada.


La idea de Étienne Cabet era simple y razonada, llena de sentido común: jamás podremos cambiar el mundo, porqué el mundo es terco e hijoputa (otros lo llaman conservador, tradicionalista o simplemente nacionalista). La única posibilidad nuestra es colonizar un territorio nuevo y establecer allí las nuevas bases con las nuevas leyes. Igualdad, redistribución, fraternidad. Sin tener que cortar cabezas ni dispararle a nadie. No me explico porqué esa aventura tan bella no se abrió un paso más ancho entre nuestras fantasías. ¿Porqué no abrió páginas nuevas ni iluminó celuloides?

Con un final tan bonito -la diáspora de los supervivientes, que llegaron hasta Cloverdale, California- un novelista mediocre habría escrito una buena novela y luego habría llegado Jean Renoir, o quizás Akira Kurosawa, o bien Terrence Malick, o Visconti, o Tarkovsky, o quién sabe, Théo Angelopoulos.
-¿Y Kim Ki-duk? -susurra la vocecita.
-No, ese mejor que no.

De ser así, igual los catalanes se manifiestarían por otras causas, piensa uno, si supieran. Pero el tiempo es como una jauría de perros hambrientos, veloces, de voraces mandíbulas. No dejará nada, no deja nada atrás.

[Mientras se cierra la noche de septiembre abro de nuevo Las noches lúgubres de Alfonso Sastre, la historia del vampiro rico que no necesitaba morder a nadie, porqué compraba la sangre de los pobres, y los pobres se la vendían a gusto, y hacían colas ante su casa].

6 de set. 2012

Melancolía de tres colores

este post está dedicado al blog El séptimo sello, de Aarón Rodríguez, un autor lacaniano, crítico cinematográfico de cabecera -para cabezas bien reposadas- y crítico de la cultura pop


Algunas diapositivas con la ayuda de Ludvig Van

1. Amarillo fatigado

Sin saber muy bien cómo empecé a hacerlo, dediqué horas y gasolina a visitar pueblos abandonados. (El argumento del desconocimiento y la impremeditación lo comparto con los toxicómanos, ya me doy cuenta). La excusa era tomar fotos, pero siempre sospeché que esta es la excusa tramposa que le soltaba a mi yo dócil, puerilmente inclinado al engaño.

Algunos de estos pueblos están en ruinas tan lamentables que a uno le lleva trabajo imaginarlos de pie. Pero otros son espeluznantes. Recién estrenados de cadáver, casi intactos. Siento un placer nostálgico y suave en esas visitas. El asunto debe estar más en placer y menos en nostalgia.

[Me cuento que tiempo atrás empecé a visitar cementerios cuando pasaba cerca de alguno que tuviera la puerta franca. Siempre me había gustado esa cosa amable y lánguida que ondula a tu alrededor cuando vas por los caminitos húmedos y fértiles entre sepulcros. Podría llamarles sarcófagos, pero la palabra sarcófago viene del griego (σαρκος - φαγος), devorador de carne. Los cristianos primigenios aborrecieron esa palabra. También yo la abandono, porqué ahí el cuerpo duerme acunado en la nada, y en la nada nadie devora a nadie].

En los pueblos abandonados de pocas décadas las casas permanecen enhiestas, y provistas de los enseres de la vida pequeña que los habitó. Latas de comida, papel higiénico, condones, zapatillas de fieltro, almohadas, envases de medicamentos, un tablero de parchís. Me sobrecogió especialmente encontrar los utensilios necesarios para afeitarse cuidadosamente dispuestos en el baño tal como si un hombre evaporado en el olvido se hubiera afeitado para entrar en la nada pulcramente aseado. Las paredes contienen ecos remotos, risas y jadeos, gruñidos y sollozos. Y ninguna palabra -para disgusto de los grabadores de psicofonías-. Sin embargo hay un murmullo de escobas barriendo el suelo ahora polvoriento donde dejo un rastro de huellas erráticas.

El silencio de las calles se metía en los huesos y helaba el aire en mi cara. Mis orejas se congelaban Es como andar entre sombras de vidas abandonadas para mayor gloria del progreso. Jamás ninguna maldición brujeril cosechó tanta destrucción como el demonio del Progreso con su promesa de felicidad inscrita en la cantidad de monedas atesoradas.

Pero en esos lugares no hay miedo ni miseria, sólo la melancolía que Enrique Vila-Matas describe como una tristeza leve en sus Suicidios ejemplares.


Visita a Dorve con cámara de video (Pallars, Pirineo)

2. Azul añil

A partir de una frase de Oscar Wilde sobre la posibilidad de morir dos veces, me planteé cómo podría ser la segunda muerte y como sería la segunda vida. De ahí salió una idea válida tan sólo para escribir una novela del género negro, en donde los tres personajes principales viven dos vidas con sus dos muertes correspondientes, cada uno a su manera.
Me planteé tres formas distintas de vivir una vida, abolirla y empezar de nuevo. Depende de como lo cuentes eso parece más bien del género fantástico, pero en realidad no hay nada maravilloso. Es más bien un paseo por la vida vista des de la orilla, contemplando el río que abandonamos, donde ya no transitamos. Me acordé de un poema oscuro de Jacint Verdaguer, un hombré que vivió varias vidas y tuvo que morir varias veces.

Me quedé en el paro a final de junio. En España sobraban maestros y profesores, o bien mi profesión había caído finalmente en la lista de los lujos superfluos, o bien finalmente se exterminaba a esos tipos como yo, antaño fusilados y hoy sólo despedidos. Las expectativas de reanudar la vida laboral son escasas y los augurios, malos. ¿No estoy yo acaso en la situación de haber muerto y volver a empezar, de modo que me tocará vivir una segunda muerte? Creo que a veces, tiempo atrás, había sentido una mezcla de compasión y de miedo por las personas que, entre los cuarenta y los cincuenta se encuentran en esta situación. Debo darle la razón a Freud: aquéllo que nos da miedo ejerce una atracción inconsciente, es un deseo transfigurado que nos lleva suave y firme hacia una playa sombría. El marinero Marlow de El corazón de las tinieblas diría que no es una playa si no un río oscuro, que se adentra en una selva gótica. Cuando Marlow consigue volver y abandonar el río -para regresar al mar temible- lo hace con una mezcla de miedo y de tristeza. Mezcla de dolor y tristeza... no encuentro la palabra que exprese esa emoción, ese estado del alma: me pregunto porqué soy tan torpe en dar con el nombre. En esta incapacidad se encuentra el abismo que se abre entre mi y el verbo creador, la horrible y triste distancia que me separa del universo y de los dioses.

Creo que debería releer la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, muerto en 1640, y que debió de inspirar al romanticismo inglés. Como Verdaguer, Burton también fué un clérigo oscuro y raro.



3. Rosa carne pálido

Aunque te olvides del cuerpo y lo pienses como un escaparate o la web de un pequeño negocio, el cuerpo es lo único verdadero de ti, lo que transita la vida sin adjetivos, nuestra única verdad. Será por eso que los gitanos con quiénes traté tiempo atrás muestran sus heridas y cicatrices con un orgullo casi obsceno para las mentes de sus educadores sociales, entre quiénes trabajaba yo. Esas señales del dolor  tienen que ver con la vida, y por eso los gitanos gordos muestran sus enormes barrigas al sol, con orgullo arrogante. La modificación extrema del cuerpo y su exhibición es la mayor fe de vida posible.

El pudor ofendido de mi compañera de trabajo Àngels ante semejantes muestras de dolor y de cuerpo debió de empujarme a abandonar aquél trabajo. Lo dejé con enormes dudas sobre la conveniencia de mi decisión y ahora lo revivo como en sueños. Y como en el sueño de una siesta veraniega -sudor, mosquitos, aliento enrarecido, debería ducharme- siento que igual yo quería ser como un gitano y no como un educador. En ese ambiguo deseo también anida la melancolía más sutil: la de desear ser lo que no fui. Lo que no pudo ser. Debería releer a Lacan. Y ponerme de una vez en serio con Zizek. Como debería volver a mirar la cinta de Von Trier Melancholia, porqué creo que habla de eso.

La Melancholia de Von Trier es, en los términos del cine, una probable heredera de la Solaris de Andrei Tarkovsky, que se inspira en una novela de Stanislaw Lem, que tambien escribió La investigación (¡resulta que hay una adaptación al cine hecha en Polonia, en 1973!) sólo dos años antes de Solaris. En aquélla novela, los difuntos se rebelan contra la lógica humana y andan un trecho breve, lo justo para reivindicar ese cuerpo y joder a los investigadores que se nos presentan como una mezcla de científico (vigilante) y policía (castigador). Dicho esto a la manera de Foucault, claro. Aunque finalmente es un texto sobre el fracaso y la impotencia.

[Llevo un buen rato escribiendo ese ingenuo poema y me he levantado para mear. Al volver a sentarme ante las teclas observo que he escrito sobre libros, películas y recuerdos. Como si quisiera evadirme ante todo, como el preso resentido que entrevé la fuga, soñoliento, tumbado en su catre. De modo que decido dejar de escribir -por hoy].


5 de set. 2012

Cuatro negros


Franz H., de 67 años de edad, nacido en Frankurt am Main y residente en Estepona, solía perder la cabeza por mujeres morenas con algún parecido a las morenas de Julio Romero de Torres, su pintor de cabecera. El cuerpo apareció decapitado en el contenedor de los envases, y lo identificaron gracias al ejemplar del Der Spiegel que llevaba inserto en el sobaco. El asunto llevó de cabeza a la policía malagueña hasta que dieron con Martita Chota, alias la Cefaleas, reconocida traficante a la menuda, y gran aficionada a los hombres de apariencia teutona. En su casa hallaron variadas guillotinas (una de ellas procedente de la ocupación francesa, de tiempos de Pepe Botella y magníficamente restaurada). También estaba la cabeza perdida de Franz, todavía con el Sonotone en la oreja derecha y el auricular de su Iphone en la otra. María fué extraditada a Alemania, en donde cumple pena de treinta años (revisables).

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[A.M.G. murió en la carretera Albacete-Murcia en un día cualquiera que ni siquiera era fin de semana, y así fue que no entró en la estadística de la prensa dominical]. "Fumar mata" masculla ahora el agente Huidobro, leyendo el aviso en el paquete de tabaco tirado en el suelo de la carretera. Luego contempla los restos del coche, entre los cuales el forense rebusca y va recomponiendo el cadáver (acaba de encontrar el dedo meñique del pie en la guantera: ¿cómo habrá llegado hasta allí?). En este caso, el tabaco fué literalmente el asesino: A.M.G., de 54 años, había empezado a fumar tabaco de liar (marca Pueblo, liado con papel Smoking naranja) para ahorrar. Se le ocurrió liar uno a 130 quilómetros hora, justo cuando entraba en la zona de curvas. Caso resuelto. Uno no siempre tiene la fortuna de encontrar el nombre del asesino tan bien estampado en letra arial y negrita y con logotipo de una Dirección General.

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Marcelo Bevilacqua salió a nadar un domingo al anochecer. Había bebido dos botellas de Verdejo (un Martinsancho de 2003, añada excelente) y se sintió predispuesto a la sensualidad, así que decidió bañarse cuando ya está oscuro el mundo. (En una noche oscura, con ansias en amores inflamada... , pensó Marcial, recitando a San Juan de la Cruz). La playa vacía, el reflejo de la luna, la calma, el eco lejano de la orquestra que, en la plaza mayor, tocaba el bolero Espérame en el cielo. Tanto se dejó llevar por la sensualidad que incluso se quitó el bañador en el último instante, y decidió nadar desnudo. La quilla de un yate de gran envergadura y precio mayor partió a Marcelo Bevilacqua por la mitad mientras nadaba frente a la playa de Palafrugell -donde le esperaba su joven y argentina psiquiatra, Marcela Dosríos.
-Si se hubiese dejado el bañador puesto -rezongaba el forense- el suspensorio habría dejado las dos mitades unidas, y el guardacostas no se habría cagado en Dios por tener que buscar el mismo cuerpo dos veces.
En su informe, el forense anotó esta frase enigmática, de críptico significado: M.B. quedó dividido en dos partes. Una quedó desfigurada y la otra transfigurada.

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Carlos Navas Torres era hijo de uno de los fundadores de la FAI, y desde niño juró vengar a su padre, asesinado por un falangista miope que andaba con la tropa fascista de Queipo de Llano. A lo largo de varias décadas planeó infinidad de atentados (voladuras de puentes, de palacios, de bancos y de sedes ministeriales). Sin embargo, a medida que pasaban los años y los contratiempos (pólvora mojada, mechas rotas, trilita caducada) el mundo también empeoró. Cayó el muro de Berlin, apareció el neoliberalismo y Goldman Sachs, el Partido Popular ganaba elecciónes allí, y Convergencia allá. Torres comprendió que no bastaría con la voladura de un edificio -por más relevante que fuese- y consiguió (nadie sabe como) dinamitar la Luna. La explosión y posterior desaparición del famoso satélite alteró las mentes románticas, los planisferios celestes y especialmente la órbita de la Tierra, que empezó una deriva catastrófica, lanzándose, alocada, hacia el Sol. Los científicos y agoreros pronosticaron que el viaje llegaría a su fin en un par de años, cuando nuestro planeta se estamparía casi sin ruido ni nueces contra la cálida y sonrosada piel del astro rey. Durante esos dos años reinó felizmente la anarquía a lo largo y ancho del planeta, quizás porqué las altas temperaturas predisponen a la dejadez en la observancia de las leyes, la despreocupación y el relajamiento de la moral.

1 de set. 2012

Andrei muere al final del relato


A lo largo de la tarde que pasé con Andrei, en algún momento de esta tarde, estuve dispuesto a creer en Dios. No fué ninguna iluminación, si no por el miedo a volverme definitivamente bárbaro.

Él me contaba algo sobre un pobre hombre que sobrevive a duras penas, haciendo de guía turístico para unos intelectuales ociosos que quieren visitar ruinas raras. Pero me di cuenta de que estaba hablando de otra cosa. De Michel Onfray y de André Comte-Sponville. Claro, pensé yo, me está hablando del fracaso de esa gente. Igual no queda más remedio que girar sobre los talones, deshacer el camino y creer en Dios.

-¿De veras piensas que puedes sustituir la fe y la esperanza por una constitución o un código de leyes? -me estaba diciendo él, aunque seguía contando las aventuras del guía pobre- ¿Te puedes creer que la democracia, los mercados y las elecciones te llevarán al amor, a la felicidad?

En el otro lado de la habitación había un espejo. A medida que avanzaba la tarde, la luz se puso anaranjada y luego rojiza, y una vez que me levané para ir a mear -llevábamos ya tres cervezas- vi mi reflejo: quizás fuese por el tono de la luz, pero comprendí que mi imagen empezaba a parecerme la de un bárbaro plantado ante las murallas de Roma, avivando el incendio para calcinar de una vez y por todas la capital del Imperio.

-¿Lo has visto? -preguntó él, como si también hubiese visto esa imagen transfigurada- Como sigas así no vas a creer en nada, y sólo te quedarán el odio y el rencor.


En la historia que contaba Andrei (esa aventura del guía y las ruinas raras), el guía termina por llegar ante un extraño objeto, un objeto mágico caído del cielo que te puede conceder el deseo que le pidas.
Cuando llega, el guía le pide este deseo:
¡Felicidad para todo el mundo, gratis, y que nadie se vea privado de nada!

-¿Lo entiendes? -murmura Andrei, dulcemente- El guía no pide nada para sí, sinó para todo el mundo. ¿Sabes lo que te pasa? Que todo ese rollo que hemos montado, esa civilización, esa especie de democracia, todo eso es doloroso y feo, y como no te des la vuelta y mires para Dios, te vas a convertir en un bárbaro, en un incendiario. O por lo menos vas a embrutecerte, escribirás eslóganes revolucionarios en las paredes de los retretes públicos y te hundirás...

Me senté de nuevo a su lado. Ya había anochecido. Lo miré a los ojos -esas dos aceitunas negras y pequeñas.
-Y tu ¿cómo sabes eso?
-Porqué estoy muerto -respondió Andrei con rapidez y precisión, como el jugador de ping-pong que devuelve una pelota certera, imparable- Estoy muerto des del 29 de diciembre del 86, y eso da una perspectiva más serena de las cosas.

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El texto surge de la visión repetida del film Stalker, Andrei Tarkovsky (1979). La frase del guía es la última frase de Picnic junto al camino (1971), la novela de Arkadi y Boris Strugatsky en la que se basa, remotamente, el guión de la película.

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