30 de març 2012

Mohamed Zucco Merah


Siento la piel como me quema. Desde la punta de los pies hasta las orejas, la piel me quema como si fuera a desprenderse del cuerpo y caer a trizas, ardiendo. Apenas oigo nada. En los oídos retumban unos tambores antiguos, están ahí desde siempre, des del principio de los tiempos. Todo son anuncios del fin del mundo. Falta poco para que se termine el mundo. Viene un cometa de fuego, ya ha entrado en la atmósfera, ya no se puede evitar.

En ese tiempo que me queda voy a poner al gigante de rodillas ante mi. Llevo un arma en la mano. Quería matar al cerdo y sólo he matado a dos de sus esbirros. Los dos Mossos de Escuadra han caído en silencio. Sólo un gruñido de bestia herida. Han caído al suelo enmedio de un charco de sangre maloliente, humeante. Enseguida vendrán todos los demás, sedientos, despavoridos. Locos de rabia y de miedo. Ahora se están pintando las caras con pintura de guerra. Engrasan los fusiles, se hinchan de drogas, bailan el baile de la muerte. El cerdo está escondido en algún despacho, rodeado de subalternos con teléfonos móviles en la mano, sudoroso y excitado por el olor de la sangre cercana. Sus poros abiertos. Las axilas húmedas, la frente perlada, el estómago frío y la polla enervada.

Me duele no haber vertido su sangre en las aceras. Pero en verdad está muerto. Su mundo está corrompido, su cuerpo está podrido. Su alma en el infierno de la codicia y el horror. Él lo sabe. Sabe que está muerto. Que ya no hay esperanza. Sabe que sólo le espera el fuego.

Hay que quemarlo todo. Terminar con todo. Con todo. No dejar nada. Extinguir el mundo. No vale con romper los platos, pegarle una bofetada, quemar los contenedores de las calles bonitas. Hay que hacer un acto, pero un acto radiante y definitivo. Hay que actuar como los dioses. Que no quede nada, terminar. Para que nada vuelva a empezar: hay que arrasarlo todo para que no empieze nunca más. Jamás. Soy el señor de la destrucción. He venido para extinguir vuestro mundo feo y corrupto.

Vosotros me habéis invocado y yo he acudido.

Me van a rodear dentro de poco. Levanto los ojos. En el cielo ya distingo la esfera de fuego que viene, silenciosa y limpia. Es el fin del mundo.


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Hay algunas coincidencias interesantes entre el caso de Mohamed Merah y el de Roberto Zucco, aunque a Zucco le conozco especialmente a través de la pieza teatral de Bernard Marie Koltès. Es posible que en Francia alguien los haya comparado, pero creo que Merah merece un nuevo Koltès que le ponga texto ahí donde hasta ahora sólo hay furia y ruido de videos.


24 de març 2012

Habitar la sombra de Miquel Albert Barris



A principios de 1941, el hombre de la foto murió en Montpéllier. Sobre esos ojos cayó una sombra negra. Había perdido la guerra y estaba en el exilio de los perdedores. Exilio significa perder la familia, el trabajo, la casa. Finalmente perdió la vida. Es la última escena del sacrificio, cuando el cuerpo es lo sacrificado.

La otra tarde llovía. Después de tres meses de sequía, empezó a llover. Por la tarde me quedé como encantado tras los cristales, absorto en el repicar de las gotas, viéndolas pasar ante el haz de la farola. Sucedió entonces, sobre las siete. Sonó el teléfono.
-¿Eres el nieto de Miquel Albert Barris?
El que me llamaba era Joan, un historiador que está escribiendo un trabajo sobre movimientos radicales de principios de siglo, y se había encontrado con el abuelo.

El abuelo Miquel escribió unas memorias, cuando ya estaba enfermo en Francia. Posiblemente nunca fué un hombre moderado. Cuando era joven fundó, junto a Josep Tarradelles, un grupo republicano en la clandestinidad, bajo la dictadura de Primo de Rivera. Ya en este tiempo cogió un arma. Para defenderme, dice, por si me vienen a buscar los hombres de la derecha.

Josep Tarradellas junto a Miquel Albert. Sentado, Francesc Macià. Foto del Butlletí de La Falç, 1934, facilitada por J.E. 

Durante la república tuvo cargos políticos. Quizá de no mucha relevancia, pero sí de cierta responsabilidad. Y cuando empezó la guerra fué comisario político. Los Comisarios políticos tenían, entre otras, la compleja tarea de vigilar a los quintacolumnistas. No debía de ser cosa fácil: Cataluña es un país poseído por la mentalidad burguesa, una mentalidad que generó amplísimas simpatías hacia el bando fascista. Eso es visible hoy todavía. Mientras llueve y oigo a los polítcos de Convergència en las noticias de las siete.

-Me gustaría poder leer las memorias de tu abuelo -dice el joven historiador- Es una figura interesante, tengo mucha documentación sobre él, pero el diario me iría muy bien para contrastar...

¿Documentación sobre Miquel Albert? En mi familia el abuelo fué más mítico que documentado. La policía de Franco entró muchas veces en la casa donde vivían su mujer y sus hijos. Abrían cajones, se llevaban papeles pero también ropa, trajes, objetos. El rojo no lo necesita ya. De modo que en casa se nombraba al abuelo en voz baja, con miedo. De los tres hijos, dos han muerto ya. Así, mi madre murió sin haber visto ningún gesto, ninguna palabra que devolviese la dignidad a su padre. Ningún reconocimiento. Un hombre que, a fin de cuentas, defendió a su gobierno ofreciendo la vida.

En una de las últimas fotos hechas aún en Barcelona, poco antes de huir a Francia, Miquel viste las ropas de los milicianos y lleva un fusil en la mano. Detrás suyo hay un cartel de las milicias antifascistas. Siempre pensé que era una postura, un acto simbólico. Ahora, de repente, me doy cuenta de que no hay nada simbólico en el acto de empuñar un arma de fuego. Quizás no había ninguna otra opción y era el gesto necesario. Algunas cosas se defienden con la palabra, claro. Pero otras con las uñas. Y otras, finalmente, se han defendido siempre con el fuego.

Pienso eso y la lluvia amaina. Las nubes sobre el Vallès se separan y se dejan penetrar por el brillo de las estrellas. Abro un poco los cristales y escucho el silencio lleno de las gotas, del agua que se desliza tan mansa por los bordillos, calle abajo. Miquel Albert no fué dueño de su vida: se debía al flujo imparable de la existencia.


De pequeña, mi madre soñaba algunas noches que su padre entraba en el cuarto y se sentaba a los pies de la cama. Le contaba cuentos. Eso pasaba cuando él estaba en Francia y nadie sabía si estaba vivo o muerto, aunque en realidad ya estaba muerto. Si eso sucediese esta noche y Miquel entrase en mi habitación sería yo quién le contaría una historia. Larga y penosa, un cuento que transcurre a lo largo de setenta años.

-Y al final, setenta años más tarde, a lo mejor vamos a poderte nombrar en voz alta y sin vergüenza, y vamos a devolverte algo. Agradeceremos tu sacrificio por la república y la libertad. Tu gesto sin ambigüedades, tu gesto radical. Bienaventurados sean los radicales del mundo y de los cementerios del mundo.

20 de març 2012

Cataluña, Catalunya, كاتالونيا...


Me habré mudado de barrio unas cuantas veces. A lo mejor eso explica que nunca haya  arraigado en ninguno, que me cueste identificarme con unas calles en vez de otras. Quizás aquéllas viejecitas y torcidas de cuando era muy niño. El gran patio soleado, los gatos dormidos en las macetas de los geranios, los calcetines y las bragas de las vecinas que se caían y se aplastaban contra el suelo con un chasquido de agua turbia. Pero de aquéllo hace muchos años. La abuela murió, la casa pertenece a una fundación y ahora allí se celebran actos culturales, conferencias y debates muy cultos, sobre filosofía y economía y demás. Fui de allí, pero ya no soy de allí.

Aquí donde vivo ahora hay buena gente, un par de bohemios y muchos pequeños comerciantes. Digamos que lo normal, sin pretensiones. Como prefiero no hacer cuentas ni listas, nunca me he detenido en pensar si hay más buenas que malas personas. Dependiendo de mi estado de humor, el cómputo oscilaría mucho, nunca tendría datos fiables. Tengo la ligera impresión de que la mezquindad, la codicia y el catolicismo ganarían, pero calcular así no me lleva a nada bueno.

Me cuesta mucho, por lo tanto, pensar en medidas superiores. Eso es algo que a mi cabecita le resulta astronómico. ¿Qué es un país? ¿Qué es una comunidad autónoma? ¿Y un estado? Me asusta la gente que habla de su país. Nunca he llegado a comprender de qué hablan. Puede ser el espacio que delimita un trazado en negro sobre el planisferio. También puede ser la suma de varios espacios, o una zona indelimitada dentro del mapa. ¿Podría ser la gente que vive en esa zona? Pero en ese caso... ¿quién se atreve a hablar en nombre de la población humana que habita un espacio del plano? ¿Quién puede decir los catalanes pensamos, los catalanes somos, los catalanes no queremos?

Hay países difusos, como Cataluña. No se culpe nadie: la historia fué así. Nadie sabe muy bien donde ponerle el trazo negro. Hay tantos criterios como clases de tomates en el supermercado: el histórico, el lingüístico, el político, el administrativo, el ideal, el soñado, el jurídico. Y luego están las combinaciones entre sí, pongamos por caso el histórico-romántico, o el lingüístico-soñado.

Ante la falta de criterios claros y signos de identidad evidentes, creo que los catalanes se identificaron durante siglos con su lengua. Otros lo hicieron con una bandera, una supuesta historia común, una supuesta unidad. Los vascos con una supuesta secuencia genética. Este país es, como todos, una entelequia mental. A la que ahora (ahora es un decir que debe acoger ya unas cuantas décadas), el asunto de la lengua le cojea. A lo mejor es por eso que el presidente de la comunidad autónoma habla de regreso a los valores de la patria. A lo mejor es porqué no se puede agarrar a la lengua: él mismo habla castellano en casa, con la mujer e hijos. Luego va y se agarra a una ilusión todavía más etérea.

Parece que adónde de verdad hemos vuelto es a un patético atrincheramiento idiomático: los gobiernos de derechas siempre recurren a ese tipo de entretenimientos patrióticos. Es el circo del nacionalismo, que no da pan pero llena páginas.

Llevo un tiempo trabajando en una escuela de barrio pobre (vamos a ponerle un adjetivo digno, sin eufemismos). Cuando digo pobre quiero decir pobre. La lengua de la calle es el castellano en primer lugar y el árabe de Marruecos luego. El catalán supongo que debe hablarlo un digno diez por ciento de la gente. Los padres y madres de los alumnos tienen alrededor de treinta años, lo que significa que ya les escolarizaron en catalán. Sin embargo, esa no es su lengua ni la de sus hijos.

Lo que quizá deberían preguntarse todos es porqué. Porqué finalmente el catalán no es atractivo ni apenas funcional. La pregunta debería ser porqué algo salió mal. En vez de arengar guerras y buscar culpables. En clase, los niños y las niñas le preguntan:

  • en catalán: ¿cavall se escribe con be o con uve?
  • en castellano: ¿puedo ir a hacer un pipi? ¿cuánto falta para el patio? ¿puedo pintar con rotuladores? ¿hoy veremos un video? ¿me dejas jugar con el ordenador? ¿tienes hijos?

Creo que las respuestas tienen poco que ver con el estatuto jurídico de Cataluña: si es una nación, un estado, una comunidad autónoma, una región. Aunque eso influye, obviamente, hay algo más.

Hace muchos años, las clases altas de Barcelona adoptaron el castellano para parecer más finos. Y a esa gente del barrio (del barrio de mi escuela), ahora, el catalán les suena artificial e impostado, el idioma de los ricos y del poder y de la administración. Quizá es eso lo que debemos pensar.

Pensar, o acaso tan sólo pasear por los barrios de verdad. Entrar en las escuelas y los talleres mecánicos, los bazares de chinos y las fruterías de los magrebís. Sentarnos en la plazoleta a tomar el sol con los viejetes y las viejitas, con sus nietos mocosos. Y desde allí, sentados, a ver quién es el guapo que deduce qué narices es un país, una comunidad autónoma, un decreto ley o una sentencia judicial o un recurso contra esa sentencia. El barrio es la verdad y los mapas son papelotes de mierda, guardados en oscuros archivos. Aunque el archivo lleve el nombre de una gran prohombre patrio.

19 de març 2012

Erland Josephson, Anna y Roberto


Una vez quise ser Erland Josephson. Aunque podríamos dejarlo en que me habría gustado ser como Erland. Igual como me habría gustado ser Andrei filmando a Erland en Italia, en el rodaje de Nostalghia. El terrible monólogo del hombre loco, encimado en un antiguo caballo de piedra, clamando. Mientras algunos, pocos y despistados, lo miran más que lo escuchan.

Quería pensar y escribir sobre Erland, pero al nombrar Italia se me ha ido la mente para allá. La cabeza me llevó a una vieja y conmovedora historia de amor que nada tiene que ver con Andrei ni con Erland. Se trata de Roberto Rossellini y Anna Magnani, ya me dirás.

 

La escena final, en el lecho de muerte de Anna, me pareció estremecedora. Porqué quizás Rossellini se acercó más que otros al alma humana y la retrató así, como una construcción de miserias, temores, penas, alegrías minúsculas y limpias como cristalitos de una vaso roto en el suelo de un caserón abandonado.

Aunque Roberto y Anna vivieron una historia de amor apasionado durante seis años (¿como podría ser de otra forma, tratándose de Anna?), la dejó en cuánto se le presentó Ingrid Bergman a la puerta de su casa y le dijo vengo desde Suecia porqué vi una película tuya y comprendí que estaba enamorada de ti, que eres el hombre de mi vida. Vengo des de Suecia porqué mi vida no tiene sentido sin ti.

Muchos años más tarde, Roberto supo que Anna estaba muy enferma y que iba a morir pronto. Le escribió una carta. Luega ella le llamó, y le dijo que le gustaría verle una vez más. Roberto se fué para allá, cogió la mano de Anna entre las suyas y así murió ella. Así lo cuenta Roberto, quién dice que todo fué muy tierno para describir lo que sucedió en aquella habitación. Crepúsculo. Fin.



in memoriam Erland Josephson, Estocolmo, 15 de junio de 1923 – 25 de febrero de 2012

12 de març 2012

María Esperanza Periferia



Anduve por la calles suaves de Pedralbes. Murmullo de aves, de ramas de grandes árboles silenciosos, como educados por estrictos jardineros ingleses. Acariciados por una brisa que también parece salida de un colegio disciplinoso y severo. Todo es orden: incluso el viento amaina cuando surca las avenidas de chalés. Había un extraño simulacro de armonía celeste. Tras una enorme cristalera brotaron las notas de La somnambula. Pero no había belleza. No había nada.
A esa gente sólo les espera el fuego.
Quién todo lo tiene no espera nada. Sólo teme perder. Y ésos van a perderlo todo.

Pasamos mucha tristeza, y mucho miedo, y mucha vergüenza. Pero nunca me arrepentí y nunca envidié a nadie. Es sólo nuestro destino, nuestra vida, así es como somos. Aunque no hubiéramos tenido desgracias, tampoco nos hubiera ido mejor. Habría sido peor, porque en ese caso no habría habido ninguna felicidad... ni ninguna esperanza. (1)

La huella humana. Alguien, en una pantalla lejana y solitaria, se pregunta qué huella habremos dejado en el universo cuando nos hayamos ido. El autor dejó el texto ahí, en la nada, hace unos cuatro meses. Lo he encontrado al azar. A eso de ver páginas por internet lo llaman navegar, y no sé qué cretino o qué miope le puso el verbo. Eso es simplemente ir a la deriva. El hombre que se preguntaba por la huella de la humanidad luego no ha escrito nada más. Cerraba el texto con estas preguntas: Cuál será nuestro legado a las estrellas. ¿La compasión? ¿La esperanza?

Me preguntan si he sido feliz, si soy feliz. Respondo que no. Que por supuesto que no. No sé de donde sale esa idea de que el sentido de la vida es ser feliz. Lo único que le da sentido a la vida es permitir que dentro de nosotros se libre una batalla entre el bien y el mal. Y esperar que eso nos haga un poco mejores. Poco más tarde, en la misma entrevista, la pregunta es: ¿qué se debería enseñar a los jóvenes? Y la respuesta (luego de meditar unos segundos): A saber estar solos.(2)

Nací en una calle estrecha y ruidosa. Cuando llovía solía haber destrozos. Por las noches se escuchaban gemidos. A veces de placer, otras de dolor. Otras eran los aullidos de la soledad de borrachos y yonquis. Por las ventanas entreabiertas sonaban boleros y pasodobles. Me acuerdo de haber escuchado Suspiros de España, en verano, cuando el calor abría el balcón. Mientras mi abuela vertía un chorrito de Marie Brizard en el cántaro de agua, porqué así quita más la sed. A esa mujer la vida le dió grandes palos. Le propinó golpes enormes. Enloquecedores, diría uno, si eso sucediera hoy. Sin embargo ella aprendió a amar a los borrachines, a los niños sucios y mangantes, a los drogadictos. Y luego aprendió a vivir sola y construyó su soledad.

Esculpir en el tiempo. Aprender a ser mejor. Tener esperanza. Construirla. Eso no sucede en las calles de Pedralbes, vaya tontería haber escrito eso. Mañana, en el colegio, un niño volverá a robarle el desayuno a un compañero de clase. No es maldad ni picardía. Es el hambre. Eso sucede hoy, en Cataluña, a doce de marzo de dos mil doce.

¿Estar solos? Sí, y sabernos mirar al espejo con dignidad y sin envidia ni silicios. Y ser autocríticos aunque benévolos. Y aprender de los errores. Y estar tranquilos. Y saber aburrirnos, que no pasa nada por no hacer nada. Y ser creativos (la abuela lo era, por lo del licor). Y ser compasivos pero sin superioridad y sí, sin embargo, con una sana ironía. A saber mirar el mundo, a habitarlo sin agresiones. 


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1. Transcripción del fragmento del monólogo de la mujer del guía en Stalker, Andrei Tarkovsky, 1979.
2. A partir del documental Andrei Tarkovsky, un poeta en el cine, Donatella Baglivo, 1983.


5 de març 2012

Cuentos bancarios




Corrían los vientos salvajes del liberalismo y se levantaban nubarrones de deudas, primas, periodistas y políticos a sueldo de bancos. Sin embargo, la vida del Cojo Tabernas transcurría como siempre.

Aunque tenía nombre y apellidos (de padre y madre españoles católicos) hacía tanto tiempo que en el barrio le llamaban Cojo Tabernas que ya nadie se acordaba de su filiación oficial. Ni tan sólo él. Hombre taciturno y de costumbres fijas, desde que obtuvo la categoría de pensionista su vida era muy sencilla. Se levantaba a las once y pico, se iba para el bar de la esquina y se desayunaba con dos carajillos. Luego, sobre las tres pasaba por el Eroski, se compraba algún plato semicocinado y se lo digería en casa. Por la tarde se volvía al bar (futbol y domino) y por la noche un poco de televisión.
-Es que tu llevas una vida muy zen -le soltaba su sobrino con estudios.
-Y tu eres un imbécil -respondía el Cojo Tabernas-Y un maricón. No comprendía el significado de zen y preventivamente le arreaba, por si acaso fuese un sarcasmo sobre su estilo de vida.

El asunto es que un día, al Cojo Tabernas le tocaron doscientos mil euros de los ciegos. Un caso de suerte atroz, porqué en toda su vida sólo había comprado tres boletos de la ONCE. Así fue como una tarde, a eso de las cinco, el director de la oficina de La Caixa más cercana fue a buscarle al bar de la esquina. El tipo entró con su traje gris y su maletín de Mandarina Duck, pidió un café ristretto para él y un chupito de orujo para mi cliente, según le espetó al pobre Lin Pao, que apenas comprendía la jerga tabernaria española.

-No quiero hablar con cuervos ni con carroñeros, hijo de puta -se anticipó el Cojo. Y le vertió el orujo encima de la corbata al pobre banquero- Lárgate de aquí antes de que te arranque los huevos y te los meta por este trasero gordo y fofo.

El empleado de banca pensó que había sido un acierto pedir un chupito y no un vaso de tubo, porqué el estropicio habría sido terrible. Aún admitiendo la derrota, el hombre pensaba todavía en la comisión que podría ganarse si conseguía que el destartalado ingresara los dineros en su oficina. Así que des de la distancia prudente de la puerta del establcimiento, aún le soltó:
-Cuando le vaya bien, pásese usted por la oficina y hablamos. Tenemos un montón de productos que le pueden interesar.

Nuestro director de agencia de barrio se quedó asombrado cuando, tres días más tarde, vio aparecer al Cojo Tabernas en la puerta de la oficina.
-Venía a ver esos productos de que me habló.
-Bien, claro... tenemos fondos de inversión en las Caimán, bonos griegos, participaciones en Goldman Sachs y acciones de la catalanísima Spanair.
-Yo preferiría aquel producto de allí -el Cojo levantó su brazo y señaló a Yolanda, la cajera.
-La señorita Gámez no es un producto financiero... -balbuceó nuestro audaz banquero.
-Pues entonces nada. Me llevo los doscientos mil leuros al Popular.
-¡Espere un momento! Todo se puede hablar... ya sabe que en La Caixa estamos para hablar.

Yolanda Gámez sintió un escalofrío en la espalda y el pájaro de los malos presentimientos agitó las suaves plumas encima de su cabeza. Que se confirmaron cuando, tres días más tarde, recibió una carta del Presidente de La Caixa:

Apreciada empleada y mejor patriota, 
Es usted una persona inteligente e informada, y sin duda está al corriente de la gravedad de la situación por la que atraviesan España, La Caixa y Cataluña. El desplome de los activos, el estallido de la burbuja inmobiliaria y la mala gestión de los gobiernos de izquierdas nos han llevado a una situación realmente excepcional. 
Sólo podemos hacer frente a esta excepcionalidad con medidas imaginativas e igualmente excepcionales. Aunque temporales, claro está: en cuanto la situación financiera mejore, todo volverá a ser como siempre. Pero por ahora tenemos que estar dispuestos a enormes esfuerzos y sacrificios. 
Por todo esto, y atendiendo a la solicitud que me ha presentado el director de su oficina, he acordado cederla a usted a nuestro nuevo cliente, el señor conocido como Cojo Tabernas. En este momento es uno de nuestros mejores clientes, y merece una atención preferente. Sé que usted es una persona comprometida con nuestra causa y nuestra empresa, y que procederá con la ilusión debida. Así, en el momento en que reciba esta carta, deberá usted presentarse en el domicilio del Cojo Tabernas. 
Atentamente,
Isidro Fainé 
Yolanda Gámez se levantó de su butaca, se puso el abrigo y se colgó el bolso de Vuitton al hombro. Alzó el mentón con dignidad e intentó emular la altivez de Artur Mas. Sabía que si Cataluña y La Caixa salen adelante será por gestos así, de una gran responsabilidad.

En su casa, el Cojo Tabernas se enfundó unos calzoncillos nuevos de Massimo Dutti y se restregó las axilas y los genitales con un viejo desodorante de su difunta madre. Así, bien pertrechado, penetró en la nueva Cataluña neoliberal.

1 de març 2012

Chanquete ha muerto


Un día aterciopelado y aburrido me perdí en antiguos apuntes descartados del blog. De mi blog, quiero decir, de éste. Eran textos apresurados, inacabados. A veces tan sólo un párrafo, una frase, un título. Como el esperma vertido en la nada de una masturbación urgente y anodina. Proyectos que nunca germinaron, ideas estériles, un catálogo de los días y los trabajos perdidos. Míster Blogger lo deja ahí suspendido, bajo el epígrafe de borrador, así, en una tinta roja como de tango.


Me entretengo en descifrarme a mi mismo cuando encuentro un olvidado epitafio entre los borradores. ¿De la muerte de quién narices estaría hablando? Tengo que pasar un buen rato releyendo lentamente las apenas tres líneas. Al fin caigo: estaba esperando la muerte de Jordi Pujol, y me apresuré en redactar algo ocurrente, algo que fuese a la vez ofensivo para el muerto y sobretodo molesto para sus acólitos vivos.

Le recordaba sus amigos pútridos: Millet o el honorable Macià Alavedra. Sin olvidarme de sus amistades peligrosas por el flanco socialdemócrata: en especial el antiguo alcalde de Santa Coloma de Gramenet, el señor Buenaventura Muñoz, hijo del alcalde franquista de la misma población. Ese hombrecillo tuvo muchas amistades entre los viejos franquistas y su prole, de modo que él mismo lo parece. O lo es.

Mi padre murió, y también murió mi madre. Murieron los dos. Murieron con la fortuna de haber visto morir a Franco, pero la gracia no les fue dada por lo que respecta a Manuel Fraga ni al tipo ese, Jordi Pujol. Este sigue vivo. Aunque sea por poco tiempo sigue ahí. Me inquieta la remota pero no imposible posibilidad de que el pájaro me sobreviva a mi también. La verdad: por un prejuicio generacional, me gustaría poder leer la esquela de algunos ejemplares como él. Y pronto.

Las enfermedades que se llevaron a mis progenitores perdonaron a los viejos caciques. ¿Será una cuestión presupuestaria? ¿También la muerte se nos ha pasado al neoliberalismo? ¿O todavía podemos confiar en una democracia última? Todo es medieval, de repente. Siento una vergüenza profunda por no haber hecho nada. Por haber sido uno del montón. Uno de los miles que no hizo nada.

Sería estúpido y muy grave vivir esperando un entierro. Claro que lo espero, pero de mientras debo de hacer algo. Vivir. Añorar la muerte de otros es una forma enfermiza y diferida de desear la mía, pienso. Y nada más lejos deseo. Vade retro. ¿Cóm se me pudo ocurrir escribir un epitafio por anticipado?


Me doy la vuelta. Escucho el crujir suave de la sábanas. Vivir debería ser eso. Porqué luego de escuchar el roce de las telas de la cama se me aparece tu respiración al oído. No hay nada tan sutil ni tan bonito. Nada puede explicar mejor el significado último de mi vida que una respiración tuya, dormida, callada. Como en aquél soneto de Neruda.

Levanto un poco las sábanas. Con mucho cuidado, para no desvelarte. Te miro a la luz de la velita que ya casi se duerme y que hemos olvidado, imprudentes y exhaustos. Tu cuerpo es un paisaje ondulado y tibio. Enmedio de esta noche me siento como un afortunado astronauta, pionero en la exploración del planeta Mercurio.

Alzo la mano derecha y ando con el índice y el medio por tu horizonte. Desde la cadera -pasando por la cintura- hasta tus hombros suaves. Luego el hombrecito desciende por la canal que se forma entre tu brazo y tu pecho, y te busca el pezón para atraparlo, muy flojito.

En este instante me olvido por completo de que los dedos también sirven para teclear epitafios. Ojalá no se muera nadie esta noche, murmuro muy bajito. Ojalá mañana nos levantemos todos para ver salir el sol de oro a la izquierda de la Mola. Ojalá mañana no existan las posesiones ni el dinero, ojalá todos seamos pobres y vagas animitas de homínidos y homínidas.